El revés del mar
La tragedia derivada de un premio millonario de la ONCE marca la vida de dos vendedores con discapacidad visual orgullosos de su pertenencia a la Organización
Solo las gentes del mar saben la amenaza que esconden sus aguas y sus vientos. Del sacrificio de la pesca y las horas a destajo en la oscuridad del mar adentro. De la tragedia que puede llegar a ser sin que nadie se atreva siquiera a imaginar. De vidas que se rompen hasta el fondo sin saber por qué. La del ‘Blanca de Prieto’ es una de esas historias que marcan la vida de un pueblo y sus vecinos para siempre, pero sobre todo la de una familia, como la de Juan José Díaz en Punta Umbría. Un relato que comienza con la ilusión de un premio millonario de la ONCE, que sigue con cinco muertos en aguas del Estrecho, y continúa con dos vendedores de la ONCE, afiliados a la Organización por su discapacidad visual grave, orgullosos de ser lo que son. Un relato que aún no ha terminado, porque la mar no termina nunca. La desgracia y la fortuna unidas, como si fueran el revés del mar.
El próximo 9 de diciembre hará 24 años que Juan José Díaz, un hombre curtido en la mar a la sombra de su padre, otro Juan José Díaz, un pescador entregado siempre a la faena pesquera, compraron cinco cupones de la ONCE en un bar al lado de la lonja en El Puerto de Santa María. Según los días salían a faenar desde su pueblo, Punta Umbría, o desde la localidad gaditana. Se acababa el siglo XX, diciembre de 1999, y la fortuna, siempre caprichosa, quiso que esos cinco cupones resultaran premiados con 25 millones de las antiguas pesetas.
Hasta ese día Juan José padre y sus tres hijos solían pescar en aguas del Golfo de Cádiz, choco, lenguado y pescadillas principalmente. En los primeros años de lunes a domingo y luego ya solo entre semana. Pero siempre para terceros porque nunca había tenido embarcación propia. Era la ilusión de su vida, tener un barco en propiedad y no depender de otros para ganarse el sueldo. Bastante había trabajado ya para otros.
Esta es la única imagen que conserva Alejandro con su padre Juan José
Con 21 años Juan se había casado con Mari Carmen, que tenía solo 17. Se casaron porque quisieron, un poco hartos de que la madre de Mari Carmen no le dejara salir nunca con su novio a esa edad tan temprana. “Me casé porque quise -reivindica Mari Carmen Donoso-. Nadie me obligó”, aclara. De ese amor nacieron Juanjo y Alejandro. Tenían seis y tres años cuando la fortuna entró en casa. Juanjo era más a su madre y Ale más a su padre. “Alejandro era una locura con su padre, se volvía loco. Juan era mucho más de mí, más de mi madre”, reconoce Mari Carmen delante de sus dos hijos.
La noche del premio estaban acostados ya cuando sonó el teléfono. “¡Dios mío! ¿Quién es? ¡Qué miedo! ¿Qué pasa?” -recuerda con nitidez Mari Carmen-. “¡Que nos han tocado 20 millones de pesetas!”, contestó nervioso su marido que aún estaba en El Puerto de Santa María de vuelta ya para Punta Umbría. Regresaron en taxi para celebrarlo cuanto antes en su pueblo. Esa noche nadie durmió de los nervios y la explosión de alegría que desencadenó el premio. Toda Punta Umbría festejó la suerte de esa familia humilde de pescadores. Mari Carmen guarda todavía la fotocopia de uno de los cupones premiados. El número agraciado fue el 80001 y el cupón de ese sorteo estaba dedicado al 500 Aniversario de la Fundación de la Villa Real de Navalcarnero, en la Comunidad de Madrid.
Imagen del cupón premiado con 25 millones de las antiguas pesetas
Los días siguientes transcurrieron entre gestiones de bancos y la búsqueda del barco de sus sueños. Recorrieron los puertos de Punta Umbría, Isla Cristina, El Puerto de Santa María y el de Sanlúcar de Barrameda, donde compró por fin la embarcación. El ‘Blanca de Prieto’ venía ya con nombre. Cambiarlo costaba dinero y decidieron mantenerlo hasta más adelante. Era un barco de arrastre de segunda mano, de más de diez metros de eslora, pintado de azul, rojo y blanco.
El 16 de diciembre, siete días después de que la fortuna recalase en su casa, Juan Díaz, 54 años, zarpó desde el puerto de El Puerto de Santa María con la ilusión de probar el pesquero con sus tres hijos, Juan José, 28 años, el padre de Juanjo y de Alejandro; Nicolás, 25, Francisco, el menor de los tres, 19, y Manuel Villegas, 49 años, otro familiar.
El beso que no llegó
De pequeño, y aún hoy, Juanjo, el mayor de los dos hijos de Juan, ha sido siempre muy escrupuloso con los olores. Y aquella noche que su padre se fue a estrenar el barco entró en la habitación del niño para que le diera un beso. “Me dice: “Dame un beso”. Y digo: “No que hueles a pescado” -relata ahora Juanjo algo compungido-. “Se puso las botas de agua, el chaquetón para trabajar y tenía olor a pescado por mucho que te limpies. Y le dije a mi madre: “Mamá dile a papá que no me dé un beso que me da fatiga”. Y le dijo: “Déjalo ya se lo darás a la vuelta”.
Alejandro (izquierda) y Juanjo (derecha) no olvidan la tragedia que marcó sus vidas el 16 de diciembre de 1999
Pero Juan José Díaz no recibió nunca ya ese beso. El mar se tragó al ‘Blanca de Prieto’ en la primera salida que hizo con su nueva tripulación. Murieron sus cinco tripulantes; el patrón Juan José Díaz, sus tres hijos, y el otro acompañante, también familiar. Ante la falta de noticias, Mari Carmen alertó enseguida a Salvamento Marítimo de la desaparición y las horas y días de angustia que sucedieron después, transcurrieron entre pastillas, idas y vueltas de Salvamento Marítimo a la Cofradía de Pescadores y viceversa. Nada. Solo una angustia que inundó de desolación a la familia de los pescadores y a Punta Umbría entera.
Cinco días después, el 21 de diciembre, salió a la superficie el primer cadáver en aguas del Estrecho. Era Juan, el padre de Juanjo y de Ale, el marido de Mari Carmen. Juanjo lo vio por televisión. “Yo siempre me ponía muy cerca de la tele -recuerda ahora como si lo estuviera viendo-. Y ví como un helicóptero sacaba un cuerpo de una orilla de una cala de Tarifa. ¡Era mi padre! Lo vi antes por la tele que la propia familia lo supiera”.
Punta Umbría entera asistió al funeral de Juan en la víspera de la última Nochebuena del año 99. Se celebró en el Ayuntamiento, por falta de espacio en la Iglesia, y acudieron los presidentes del Gobierno y de la Junta de Andalucía de entonces, José María Aznar y Manuel Chaves. Titulares de prensa a toda página, informativos de radios, telediarios, el hundimiento del barco y la desaparición de cinco marineros en fechas tan señaladas acaparó la atención de todos los medios a nivel nacional. El segundo cuerpo, el de Nicolás, apareció el 3 de enero en la Costa de Málaga; el de Manuel Villegas el 27 de enero; el del hermano menor, Francisco, no se encontró hasta el 6 de abril y el del armador Juan Díaz, el abuelo de Juanjo, se lo quedó el mar para siempre.
El semblante serio de Mari Carmen encubre una coraza de coraje que le ha acompañado durante este todo este tiempo
Lo que continuó después fueron semanas y meses de un túnel terrible del que costó salir años a Mari Carmen. El paso del tiempo no borra ni cicatriza la herida. A ella nadie le roba su temor. El ‘Blanca de Prieto’ no se hundió como consecuencia del temporal de aquel día, que registró vientos del noreste de más de 50 kilómetros por hora. El barco apareció dos años después cerca del Cabo de Roche partido en dos. Una parte en la Barrosa, en Chiclana de la Frontera, y la otra, tiempo después, antes de llegar a Barbate.
“Nos mandaron callar”
Pero a Mari Carmen nadie le convence de lo contrario. Un cargador marroquí pudo chocar con la embarcación y provocar la tragedia que destrozó su vida. Entonces se calló, por falta de fuerzas, por proteger a sus hijos, y por falta de recursos para enfrentarse al proceso judicial, pero, sobre todo, por el temor que le inculcaron las administraciones. “Ahora no me da miedo, que vengan a por mí cuando quieran -dice tajante-. Luego de partir aparecen cinco o seis flotadores flotando, y está prohibido tirar flotadores al mar. Aquí nos mandaron callar la boca porque estaban ahí las relaciones de España y Marruecos”. ¿Quién les mandó callar? “Pues nos mandaron callar la Junta de Andalucía, San Fernando, a todos los que íbamos a hablar. Nos decían que los barcos por ahí no pasaban”. 24 años después sigue sin creérselo.
El poso amargo de las secuelas sigue anclado en su rostro. Solo el revoloteo de sus nietos alrededor o las provocaciones de sus hijos le arrancan la sonrisa y le devuelven a la realidad. “Me quitaron al padre de mis hijos -recuerda-. Lloraba por ellos. Yo no estaba en mí, estaba como atontada”, narra con naturalidad. “Pero yo he sacado mis hijos adelante”, dice orgullosa.
Ale es vendedor de la ONCE en el barrio de Isla Chica de la capital onubense desde 2017
Alejandro siempre ha echado en falta la figura paterna, pero ese vacío lo llenó entero su madre y su abuelo materno. “Era muy chico y no me acuerdo -reconoce-. Pero sí, claro, algo te queda porque todas las navidades vuelve la misma canción desde que tengo uso de razón”. De los dos hermanos el pequeño era el único que hubiera seguido la estela del padre con la pesca si hubiera podido, pero la discapacidad visual grave desvió su trayectoria.
Juanjo en cambio nunca tuvo la menor tentación de dedicarse a la pesca. Las Navidades las recuerda siempre tristes. Toda su infancia la recuerda envuelta en tristeza. “Me faltaba mi padre”, resume también gráficamente. A sus compañeros de clase venían a buscarlos sus padres, y a él, su abuelo materno. Además, tenía su problema visual, no veía la pizarra, no podía coger apuntes, pero no se lo decía a nadie y disimulaba. Incluso un oftalmólogo zanjó la situación con un simple “eso es cosa para llamar la atención”. Pero luego ya llegó el hermano, con un nervio óptico atrofiado, y entonces sí, Juanjo se puso en manos de la ONCE. “Yo siempre he sido una persona muy echá palante, sin problemas de socializar con mis compañeros, pero la figura de mi padre no aparece. Mi madre se quedó viuda muy joven, después cogió una depresión muy grande, y nos quedamos con mis abuelos maternos. Mi abuelo ha sido mi referente paterno desde que tengo uso de razón. Él fue el primero en decirme que entrara en la ONCE”.
“Mi marido era una excelente persona, un estilo a Juanjo, tranquila, trabajadora, muy feliz, porque era muy feliz, la verdad es que si -cuenta Mari Carmen sin atisbo de emoción en su rostro, pero todavía con amargura en sus ojos-. No bebía, no fumaba, solo trabajaba para sus hijos, para que no le faltase nada a sus hijos. Un encanto de persona. Si no salíamos, nos quedábamos en casa viendo la tele, ayudaba muchísimo a mis padres, que tenían un bar, una persona muy buena, muy buena. Y mi suegro un encanto de hombre también”.
“Mamá, voy a vender cupones”
A Juanjo le costó decirle a su madre y a su abuela que quería ser vendedor de la ONCE. Como sus padres, fue padre muy pronto. Con 19 años su pareja quedó embarazada y con el problema de la visión, ya afiliado a la ONCE, vio en la venta de los productos de juego su única salida laboral. “Recuerdo que estábamos de camping con mi pareja, sus padres y mi madre, su pareja y mi hermano Y me dije, ahora es el momento. “Mamá voy a vender cupones”. Y me dice; “No, tú vas a seguir estudiando”. Digo no, yo voy a vender cupones, tengo que ganar dinero porque voy a tener un hijo y tengo que darle un futuro bueno”. Recuerdo que me pegó una galleta y todo. En ese momento mi madre llamó a mi abuela materna y le dijo; ¿Qué te parece que quiere vender cupones con la desgracia que trajo los cupones a esta familia? Y que no y que no y que no”.
Mari Carmen reconoce sacar adelante a sus dos hijos ha sido la fuerza que le ha ayudado a superar esta tragedia
Pero Juanjo no les hizo ni caso. Entregó los papeles en la ONCE e hizo el curso de preparación a la venta sin que nadie lo supiera en casa. Con la abuela paterna, viuda de Juan, aún fue peor cuando se lo contó. “Se puso a llorar directamente. ¿Cómo vas a venir aquí con los cupones en la mano con lo que ha pasado?”, le dijo. Y comenzó a vender casi a escondidas. “Cada vez que me veía con los cupones colgados se metía para dentro de la casa. No quería entrara con los cupones en su casa. Cuando empecé a vender no podía pasar ni por su calle”, recuerda ahora todavía con pesar. Desde el 2013 Juanjo es vendedor de la ONCE, primero en Punta Umbría, y después en el Hospital Infanta Elena de Huelva, y desde 2017, Alejandro es vendedor en el centro de la capital onubense. Los dos felices por su trabajo y orgullosos de pertenecer a la ONCE por todo lo que les ha dado.
A sus 30 años, Juan José Díaz Donoso es un hombre fuerte, curtido. Aprendió a vivir con la ausencia de su padre, no le quedó otra. De pequeño no pudo o no supo ser niño porque la vida le forzó de golpe a ser medio adulto. Hoy es un hombre feliz. Una persona entusiasta, entregada en cuerpo y alma a sus cuatro hijos, a su trabajo a la ONCE, a su responsabilidad institucional también.
El Referente Joven del Consejo Territorial de la ONCE se marca como meta hacer sentir su orgullo de ONCE entre los más jóvenes
Juanjo es el referente joven del Consejo Territorial de la ONCE en Andalucía, Ceuta y Melilla, un puesto de representación que tiene como misión atraer a los jóvenes ciegos o con discapacidad visual a la cultura institucional de la ONCE y el Grupo Social ONCE para seguir construyendo una sociedad más inclusiva. Esa tarea le ocupa y le preocupa porque todavía ve muchos jóvenes que tratan de disimular su discapacidad entre sus amigos para hacerse un hueco, y eso le descompone.
Esta Navidad hará 24 años del hundimiento del ‘Blanca de Prieto’. Un cuarto de siglo casi de una tragedia que mantiene abiertas todavía demasiadas heridas y muchas incógnitas aún por resolver. Ni Juanjo, ni Mari Carmen se atreven a mirar al mar de frente y a disfrutar de la playa. Alejandro un poco más. “Más que miedo al agua, respeto, será porque a lo mejor era más chico”, dice Ale. “Yo no disfruto de la playa -concluye Juanjo-. No me gusta. No lo sé, pero imagino que será debido a lo que pasó Voy porque tengo niños pequeños y los tengo que llevar, pero si lo puedo evitar lo evito. Y cuando hay oleaje o un viento como el que hemos tenido recientemente no voy”. “Me cuesta, me cuesta, a lo mejor me mojo un poquito los pies y me salgo”, termina Mari Carmen.
Los dos hermanos Díaz se declaran felices como afiliados y vendedores de la ONCE
Sus hijos ya no, pero Mari Carmen aún tiene miedo cuando oye el silbido que provocan las olas del mar los días de temporal. No lo puede evitar. Ese pellizco no se lo quita nadie. “¿Que si he cambiado en estos años? Si -responde tajante-. Con mis hijos y con la ONCE no se mete nadie. Yo he dado la vida por ellos y la voy a seguir dando. Por ellos me he peleado con todo el mundo y seguiré peleando aunque tenga 80 años”, concluye.
Mari Carmen compra cupones de la ONCE todos los días a sus hijos.
| LUIS GRESA
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