Amor de madres

La maternidad es siempre una etapa cumbre en la trayectoria vital de toda mujer. Una experiencia absolutamente transformadora. Todo un desafío cargado de sacrificios y aprendizajes que comienzan en el embarazo, vive su momento culminante en el parto y se prolonga después durante meses y años, en el tiempo de crianza. Una etapa que trastoca la vida laboral, quita horas de sueño, acumula cansancio y aporta a la vez los momentos más hermosos y gratificantes de la vida. Adriana y Anabel son dos claros ejemplos de lo que sigue siendo hoy el amor de una madre.
Adriana Pérez: “Siempre he querido ser madre”
Adriana Pérez tiene dos hijas, Alma, de dos años y medio, y Vega, en la imagen, que nació hace cuatro meses
Adriana Pérez (Algeciras, 1988) nació con cataratas congénitas y a los tres meses su madre ya se dio cuenta de su ceguera. Le intervinieron, pero su cerebro no llegó nunca a desarrollar la vista. Después, con 18 años, tras otra operación de las lentillas intraoculares tuvo una subida de tensión muy fuerte que le hizo perder más visión. Y ahí ya se le quedó el glaucoma. Así que la ONCE ha formado parte de su vida prácticamente desde el principio y la discapacidad visual ha ido determinando muchas de las decisiones de su vida. “Me ha condicionado en positivo -afirma-. Yo soy lo que soy gracias a la discapacidad”. Y lo explica recordando que se diplomó en Trabajo Social por su afán de devolver a los demás la ayuda que había recibido durante toda su infancia y adolescencia. “Siempre he querido ayudar a gente como yo”, comenta. “A mí la discapacidad me ha influido en mucho. Y soy quien soy, pero lo digo a boca llena, gracias a la discapacidad que tengo”, dice orgullosa.
Como hija Adriana fue una niña alegre y extrovertida. “A lo mejor mi madre diría que era un poco desastre, pero porque era un poco loca, no veía los límites”, reconoce enseguida. “También es verdad que gracias a que mis padres nunca me pusieron límites, yo he patinado, he montado en bici, lo que pasa es que tengo cicatrices por todas partes de mi cuerpo, porque he sido muy extrovertida y no le he tenido nunca miedo a nada”.
Hablando de su madre, Adriana se muestra frágil. “Es la mejor”, dice al borde de quebrarse por la emoción. “Yo creo que estoy todavía sensible por el tema del parto”, se justifica. “Mi madre ha sido esa mano que te agarra fuerte, pero es muy larga, muy larga y te da libertad, no sé qué haría sin ella muchas veces. Para mí lo es todo”, asegura. “No sé qué haría sin ella. Eso que te dicen que cuando eres madre entiendes a tu madre es verdad”, añade. También habla de su hermana Alejandra, cuatro años mayor que ella, que ha ejercido también papel de madre. Pero no se ha sentido sobreprotegida. “Cualquier técnico de la ONCE de los que me vio cuando era chica diría que mi madre me sobreprotegía, seguro, pero yo no le he sentido así en mi vida real. Siempre he sentido que mis padres nos han tratado a mi hermana y a mí por igual”.
Nunca la discapacidad visual fue un obstáculo que entorpeciera planificar su deseo de ser madre. A los 32 años Javier, su marido, y ella decidieron formar una familia. “Lo teníamos super claro, pero sí es cierto que con 24-25-26 sí me planteé si yo pudiese ser madre o no con la discapacidad. Fue en esa época de crisis, porque yo siempre he querido ser madre, pero tuve una época de crisis que decía; ¿Y yo podré? ¿Voy a poder ir al parque con mi hija bien?”. A Adriana le ayudó mucho ver a otras madres con discapacidad salir adelante con sus hijos. “Es que el instinto de una madre… yo sé si la niña tiene fiebre o no y no le tengo que poner termómetro. Y como esa un millón de cosas”.
En su caso el instinto maternal no nació de la noche a la mañana. “Es que yo lo recuerdo de siempre”, reconoce. Y menciona que ya en su etapa de estudiante de Magisterio guardaba cosas que pudieran resultar útiles “para cuando fuese madre”. “Desde que conocí a mi marido siempre me he imaginado con una familia de cuatro”, afirma. Aunque después del segundo parto se conforman con dos niñas. “Tengo clarísimo que la fábrica aquí ya se cerró”, dice entre risas.
El primer embarazo se hizo esperar. “El positivo costó en llegar -admite sin reservas-. Y cuando por fin llega, eso fue una ilusión muy grande y muchos miedos también. Te lo dicen y es verdad. En el momento que te quedas embarazada empiezan las preocupaciones y ya para toda la vida”, asiente.
Se quedó embarazada de su primera hija en mayo de 2022 en un momento muy sensible todavía al impacto social de la COVID. “Siendo muy honesta, el menor riesgo o miedo para mí era que tuviera una discapacidad visual, porque yo llevo una vida completamente normal. Pero el miedo siempre está. Es que en el embarazo pueden pasar un millón de cosas y en un parto también”, subraya.
Dos partos de película
"Ahora mismo lo único que soy es madre", reconoce Adriana
Los suyos han sido dos partos muy distintos, aunque tienen algo en común, ambos podrían haber sido el guion de una serie de médicos que tanto gustan en las plataformas de televisión. Del primero nació Alma, “lo típico, náuseas, algún episodio de ciática, pero llegaba del trabajo y podía dormir y descansar”, recuerda como si fuera ayer. Del segundo nació Vega, pero con una niña de un año y cuatro meses en casa, se acabaron los descansos. “No tiene nada que ver. Ha sido muy cansado”, reconoce. “No he sido tan consciente de todo y sí he tenido más miedos. El miedo a que me pase algo que eso antes no lo tenía. Antes tú no eras madre, no tienes ese miedo de que pueda pasarte algo. Y ahora para las únicas personas que yo soy irremplazable son para mis hijas. Entonces en ese segundo embarazo sí he sentido ese miedo de que pudiese pasar cualquier cosa, las tormentas que a veces te vienen a la mente, que intentas parar y bloquear, pero que están ahí”.
Los que conocen bien a Adriana la definen como muy intensa. Pero ella matiza el adjetivo en el que se reconoce y lo reconvierte en pasión. “En el momento del embarazo yo quería enterarme de todas las cosas, leí mucho, mentalmente me preparé para vivirlo intensamente, sin nada, sin epidural ni medicación, esa era mi decisión”, asegura mientras sostiene en brazos a Vega.
En el primer parto rompió la bolsa en su casa a las 12 de la noche de un sábado. Se fueron para el hospital con tranquilidad. Le ingresaron con la bolsa rota, se hizo el domingo 12 kilómetros entre pasillos, contracciones cada 11 minutos, pelota-pelota, y por la noche empezaron los dolores. Bajó a paritorio, ya de tres centímetros, rechazó la epidural porque pensaba que podía aguantar, que le quedaban muchos dolores aún por pasar, subió a la habitación para ducharse y a los 50 minutos estaba dilatada, de 10 centímetros y con el cuello borrado. Le bajaron corriendo y todo lo demás sucedió de forma rápida y adecuada. Una hora después Alma nació con 3.100 gramos de peso en la clínica de Quirón del Campo de Gibraltar.
En el segundo parto, mismo escenario, fue aún más de película. Empezó con contracciones cada seis-siete minutos un domingo, dos semanas después de haberse roto el brazo izquierdo por una caída fortuita en casa, un dato nada menor dadas las circunstancias. Llegó a la clínica sobre las 16:00 horas con un centímetro de dilatación y el cuello del útero ya blandito preparado para el nuevo alumbramiento. Se quedó ingresada -muy a su pesar, porque hubiera preferido regresar a casa para controlar a Alma, año y medio entonces-, y entró en el servicio. Cuando terminó todo se precipitó.
“Empiezo a gritar, llamo a mi marido; ¡No puedo! ¡No puedo! Estaba empujando, yo sabía que estaba pariendo, pero él no se lo creía. Diez minutos después entra la enfermera de los gritos que estaba pegando. Yo además me toqué la cabeza de la niña. “¿Qué pasa? ¿Qué pasa? ¿Puedes andar?”, me pregunta. No. Me mira y ya la cabeza de la niña estaba fuera completamente. Empezó a llamar a los enfermeros. ¡Toallas! ¡Toallas! Y yo pensaba; ¿No sé para qué pedir tantas toallas? Luego nos reíamos, era una enfermera que no era de paritorio. Yo estaba en el baño de la habitación normal de planta. 10 minutos literal de parto. Yo parí con mi marido, ellos y yo y salió una niña de 3.980 gramos así que parí como antiguamente y fue brutal”. “Eres una paridora nata”, le diría después la matrona.
A pesar de todo, Adriana no ha conocido el estrés postraumático, aunque reconoce que la rotura del hombro le incomodó mucho sus primeros días con su segunda hija. No podía ni cambiarle un pañal y le tenían que poner a la niña para darle el pecho. “Las primeras semanas han sido muy duras porque además teníamos otra niña de casi dos años que no entendía que viniese aquí una intrusa a revolucionar esta casa”, comenta mientras Vega sigue tomando el pecho ajena al testimonio de su madre. “Ha sido muy intenso. Antiguamente eran como la Cuarentena y tal, pero realmente el postparto en una mujer son casi dos años que tu cuerpo vuelve un poco a ser lo que era. Bueno nunca vuelves a ser. Yo soy Adriana, pero no soy la Adriana que era una hora antes de que naciese Alma. Es que el postparto ya conlleva muchas cosas y a nivel emocional muchas cosas también”.
Hoy en día Alma tiene dos años y cuatro meses y Vega cuatro meses. Y, como ella misma reconoce, Adriana Pérez no es la misma que dejó el Departamento de Servicios Sociales de la Delegación Territorial de la ONCE en Andalucía, Ceuta y Melilla, para dedicarse temporalmente a la crianza de sus dos hijas. “Ahora mismo yo lo único que soy es madre -afirma-. Es verdad, es así, me encantaría decirte que tengo mis ratitos de independencia, pero ahora mismo, con la lactancia materna a demanda, es así. Y, obviamente, es lo más maravilloso. Pero la Adriana de antes se quedó antes de parir. Tus prioridades cambian, tus metas pueden cambiar también tu manera de ver la vida, cambia tu empatía, tu asertividad, la maternidad te cambia en muchas cosas”. Aunque cree que a mejor. “Yo quiero ser lo mejor para mis hijas. Y me esfuerzo cada día para que vean la mejor versión de mí. No sé si puedo hacer más, pero lo estoy dando todo para que ellas estén lo mejor posible. Y sí, que creo que me he vuelto un poco más paciente. Más tranquila no, pero mejor si”.
Embarazo y discapacidad
Adriana recomienda a las mujeres con discapacidad que crean en ellas y tengan confianza si deciden ser madres
Adriana Pérez no cree que la maternidad sea distinta para una persona ciega que para cualquier otra mujer. “Lo va a determinar su manera de pensar o vivir, no tu discapacidad”, sostiene, aunque reconoce que “desde fuera” se puede seguir viendo de manera diferente “porque todavía hoy hay muchos estereotipos y prejuicios o mucho desconocimiento”.
A su juicio hay obstáculos principales a los que se enfrentan las mujeres con discapacidad ante la maternidad. “Primero están nuestras propias inseguridades. Cualquier madre puede tener inseguridad, pero con el tema de la discapacidad pueden surgir más inseguridades sobre si lo estoy haciendo bien. Y tienes que dar más explicaciones, justificarte un poco más. A mí no me hace sentir más insegura, pero sí más vulnerable”, admite sin reservas.
“Realmente no me siento tan fuerte mentalmente como yo suelo ser. Estoy en un proceso y ahora me vuelvo como a reconocer un poco a mí misma. Entonces es cierto que si hay comentarios de gente, que te quiere incluso, que te hace sentir si me estoy perdiendo algo, o se me está escapando algo, y ahí sí entra la discapacidad”, comenta. Adriana Pérez es trabajadora social, y tras su etapa como jefa de Servicios Sociales en la Delegación Territorial de la ONCE en Andalucía, Ceuta y Melilla, iniciará una nueva etapa como maestra del equipo educativo de la ONCE en Jerez a partir del próximo curso escolar. Un cambio que visibiliza como la maternidad ha condicionado su trayectoria profesional. “Yo siento que hay etapas para todo, que ahora mismo vivo la maternidad intensamente. Lo que se lleva más tiempo ahora para mí es mi familia. Y en ese en ese punto sí afecta a mi trayectoria profesional”.
Adriana pensaba que la maternidad iba a ser un tiempo duro, y, llegado el momento, reconoce que está resultando muy intenso. “Te come el día a día, es 24/7 aquí no hay descanso -resume gráficamente-. Todo pasa a segundo plano por cubrir las necesidades de las dos. Ahora, su principal interés, como madre, es que sus dos hijas sean felices. “Que estén sanas, sean felices y que estén con su madre y su padre”. Y recomienda a las mujeres con discapacidad que se planteen su maternidad que crean en ellas mismas. “Tener confianza y saber que si deciden ser madres que va a ser la mejor madre para su hijo, seguro”.
Anabel Mercado: “Además de madre soy mujer”
Anabel reconoce también que "desde siempre" ha tenido la inquietud de querer ser madre
Anabel Mercado (Santisteban del Puerto, Jaén, 1989) vio bien hasta los 16-17 años. A los tres meses le diagnosticaron Retinosis Pigmentaria, a los cinco años se afilió a la ONCE y poco a poco, de forma lenta pero progresiva, fue perdiendo la visión. Durante dos o tres años todo se redujo a contrastes y luces y desde los 28 es ciega total.
Se reconoce como una hija buena y aplicada, que se ha preocupado siempre por el bienestar de su gente. De las que se hacían fuertes cuando hacía falta. “Creo que las personas con cualquier tipo de discapacidad tenemos como un tesón diferente, que estamos acostumbrados a superar continuamente retos. Y eso nos hacer ser responsables, quizás incluso más de la cuenta”, explica. También se reconoce un punto “a veces rebelde a veces muy independiente”, como le han dicho en casa siempre. Pero, eso sí, muy familiar. “Les necesito mucho más de lo que ellos se creen”, confiesa mientras su madre Isabel se hace cargo de la niña.
Nunca se sintió una niña sobreprotegida frente a su hermano Agustín. “Eso sí que es verdad que se lo agradezco enormemente a mis padres -afirma con énfasis-. También a mi hermano, porque él ha puesto también de su parte y me he sentido muy libre para actuar y decidir mi propio camino”. De hecho, a los tres años, cuando le diagnosticaron su patología su madre reaccionó apuntándola a baile una actividad que, con el tiempo, le ayudó mucho en su expresión corporal. “He tenido unos padres y un hermano muy libres en ese sentido, que me han dejado hacer y deshacer, y eso se lo estaré eternamente agradecida”, comenta orgullosa.
A Anabel también le quiebra la voz al hablar de su madre. “Me emociono, pero de mi madre he aprendido muchas cosas en la vida, muchas. Para mí ella tiene una fuerza y un sobreponerse a cada circunstancia impresionante y creo que he aprendido ese coraje y esas ganas de atarme a la vida y de luchar cada día por las cosas que quiero”, afirma rotunda.
Y también reconoce que el instinto maternal nació en ella bien temprano. “Desde siempre he tenido esas ganas o esa inquietud de querer ser madre -confiesa-. Siempre he pensado que no puedo irme de esta vida sin haber tenido esa faceta maternal”. De ahí que la ceguera no haya frenado en nada su voluntad. “Ni me considero una persona demasiado positiva, ni pesimista, pero sí realista -explica-. Y obviamente hay que pensárselo porque tienes que ser responsable, pero yo pensé en ese momento y dije; Si mi hija viene con algún tipo de discapacidad, tanto su padre como yo somos felices. Le vamos a poder enseñar eso. Le vamos a inculcar eso claro que sí. Entonces no me frenaba en ese sentido, al contrario. No quería dejarme llevar por una circunstancia así, porque, al fin y al cabo, nadie estamos libres de que venga cualquier cosa de ese tipo a nuestras vidas”.
Anabel no olvida el momento en que el test dio positivo a su embarazo. “Es que fue un momento muy, muy feliz, inesperado porque, aunque yo siempre haya tenido claro que quería ser madre, nunca ves el momento idóneo y al mismo tiempo era como que mi cuerpo o mis adentros me lo pedían, que quería ser madre. Y ese test pues fue una felicidad enorme. Fue a las 7 de la mañana y yo decía, por favor, que los vecinos no se enteren, que estoy aquí chillando. Llamé a mi madre y las dos nos pusimos a llorar”, describe gráficamente.
Como toda madre primeriza, llegaron las dudas, los temores y las preocupaciones que se fueron despejando a fuerza de preguntar a las mujeres de su familia por sus embarazos y sus vivencias. “Eso me ayudó y cogía lo que me valía y me interesaba dejando un poco al lado lo que no consideras tan importante o que te haga bien en este momento porque hay muchos prejuicios y en esos momentos quise vivir mi experiencia, dejarme fluir y llevar, que creo que es lo más bonito de ese proceso”.
Nunca le quitó el sueño que la niña pudiera heredar una discapacidad visual. “Eso siempre lo he tenido muy claro, me encanta la vida, disfrutar de ella a cada instante. Obviamente conozco mis límites también. Pero no es algo que me frene. Ese hecho me preocupaba, pero yo tenía claro, no sé por qué, que mi hija no iba a salir con una discapacidad visual. Llámalo intuición o también ciencia, en este caso, como yo soy la única de mis generaciones que salió con la enfermedad, pues era poco probable que mi hija saliese”.
Que cada una viva su maternidad como quiera
"Mi hija me ha hecho mucho vivir el momento, el aquí y el ahora", reconoce Anabel
El parto de Alba fue muy intenso. En concreto 36 horas, casi un día y medio de contracciones muy fuertes y duraderas en el tiempo desde que comenzaron a las tres de la madrugada en el Hospital Reina Sofía de Córdoba. “Lo que más he valorado es el estar con mi pareja al lado. Él ha sido una persona que me ha llenado de calma en todo momento. Recuerdo una contracción que casi me desmayo antes de ponerme la epidural. Y el sujetarme, ese apoyo, ese hombro es fundamental. Lo valoré mucho y luego cuando te ponen la epidural, que te entra un descanso brutal. Y tener a mi familia esperándote, eso es muy reconfortante”. Y echó en falta no poder ver a su hija tras el alumbramiento. “Obviamente, el que mi hija saliera y al mundo y que no la pudiese ver eso se echa en falta. Pero bueno, los suples con otras cosas, como el hecho de tocarla, de sentir su llanto, de pegártela a tu pecho y decir qué bonito que ya estás aquí”.
En su caso no hubo estrés postraumático. “He estado bastante arropada. Siempre digo que tengo un buen equipo detrás, lo viví de forma natural y tranquila”, sostiene. En el equipo mete a Fran, su pareja, y a las dos abuelas, Isabel, su madre, y Asunción, su suegra, que son las que ahora se alternan por semanas para echarle una mano con la niña. “Hay que concienciarse que después del parto no todo de color de rosa y tienes otros problemas porque tu cuerpo tiene que recuperarse de todo lo que ha vivido durante 9 meses y de ese momento de traer a tu hijo al mundo”.
Anabel vive ahora su maternidad centrada en el día a día. “Yo creo que mi hija me ha hecho mucho hacer mindfulness, vivir el momento, el aquí y el ahora. Puedes pensar que al principio dar el pecho, la lactancia puede ser algo muy complicado, la gente te comenta, pero hasta que no lo vives, no sabes por dónde vas a transitar y lo que a ti a lo mejor te ha funcionado a mí no me viene bien. Y, al contrario, lo que yo necesito, pues quizás a ti no te viene bien. Y la maternidad cada una la vive a tu manera. Lo que les pediría a las madres es que cada una viva su historia y su proceso maternal como quieran vivirlo.
A Anabel le sirvió mucho leer el libro ‘Lo hago como madremente puedo’, de Andrea Ros, antes de parir. “Es muy interesante analizar el hecho de que tú te sientes capaz de, sin que los demás te guíen o te lleven por el camino que ellos quieran. Tú disfrútalo, vívelo a tu manera. y siéntete que eres dueña de esa historia, junto con tu cría”, explica. A su juicio, es tan lícito ser madre como no querer serlo y recela de comentarios gratuitos que la propia sociedad genera cuando se pregunta a las mujeres por qué no tienen hijos o cuándo los van a tener. “Esas preguntas incomodan y cada una es libre de respirar su historia y su maternidad como le dé la gana, que tan precioso es tener hijos como no tenerlos”, subraya. Y aporta otro consejo. “Ser madre ni todo es tan ventajoso ni tan negativo. Todo tiene sus luces y sus sombras como cualquier cosa en la vida. Y el ser madre para mí ahora mismo me encanta. Pero además de ser madre, soy pareja, soy mujer, soy trabajadora, soy vecina, soy amiga. Y la faceta de maternal la tengo como algo más que se añade a mi historia. Y por favor, muy importante, que hay mucha gente que seguro se siente identificada, cuando estemos en grupos de amigas o en cualquier ámbito, cuando seas madre no solo tienes por qué hablar de monotema hijo. Hay mucho más allá”, reclama.
"Quiero que mi hija me vea progresar"
Para Anabel el amor de madre es una mezcla de emociones, de impulso, fuerza, rabvia y coraje"
Anabel no observa diferencias con cualquier otra madre por el hecho de no ver. “Me encantaría coger a mi hija en el carrito, llevármela a dar un paseo yo sola, y soy consciente que no puedo. Pero sí que desde fuera se puede interpretar o prejuzgar que muchas cosas no las hago y realmente hago casi todo. El contacto mío no lo tiene visual, pero lo tiene mediante la voz, mis gestos, y yo cambio pañales, hago biberones e intento hacerlo todo”. Para el baño ya pide ayuda. “Yo soy realista y en un futuro van a pasar cosas que, seguro que me harán tambalearme o me harán reflexionar, pero creo que puedo sacar estrategias. Las personas con discapacidad visual sabemos que desde pequeños tenemos que armarnos de muchas artimañas para llegar hasta el mismo sitio que llegan los demás”.
Mercado es diplomada en Trabajo Social, Máster en Intermediación Familiar, ha sido subdirectora de la ONCE en Córdoba y, en la actualidad, es la directora de la Organización en la provincia cubriendo la baja paternal de Francisco Valderas. “La conciliación es muy importante, pero yo voy a confiar en mí y en mis posibilidades. Más bien es todo lo contrario, cuando una persona decide y es madre creo que puede compatibilizar esa situación”, explica, tras reconocer que sin el apoyo de “su equipo” eso no sería posible. “Me siento muy a gusto en mi trabajo y espero seguir avanzando, creciendo y aprendiendo. Quiero que mi hija se sienta el día de mañana orgullosa y que me vea avanzar y progresar en la vida. Para mí ese sería el mayor logro”, concluye.
Anabel Mercado abandonó su carrera artística como cantante antes de entrar en puestos de dirección en la ONCE. Coraluna cosechó éxitos con sus dos discos, el primer ‘Más que personal’ y, de momento el último, ‘Caprichosa vida’, pero luego la vida le condujo por otros derroteros mucho más realistas. Aun así, esa vena artística permanece ahí dentro y aflora en los momentos de mayor intimidad y complicidad con su niña. “Esa vena nunca se va -reconoce sonriente con las mismas gafas que ocupan la portada de su segundo disco-. Forma parte de ti. Cantar nunca lo dejo de lado. Es más, desde que Alba vino al mundo, yo le pongo música y ahora le empiezo a cantar un poco más. Pero sí, sí que me atrevo a escribir algunas letras, todavía canción no he formado, pero no digo yo que no la forme en un futuro”, dice dejando esa puerta más que abierta.
Sostiene el psicoanalista y filósofo humanista alemán Erich Fromm que el amor de una madre es como la paz, no necesita ser adquirido, no necesita ser merecido. Para Adriana y Anabel es así, su amor de madres lo irradia todo en estos momentos de sus vidas.
Para la madre de Alba ese amor es una sensación de una mezcla de emociones, de impulso, de fuerza, de rabia y coraje, “de decir a mi hija, aquí estoy para lo que necesites y me vas a tener siempre pase lo que pase, seas quien decidas ser. Y yo creo que esa es la base de una madre -termina Anabel-, el crear confianza sobre todo y el buscar la plenitud, más que la felicidad, la plenitud de tu familia”.
Para la madre de Alma y Vega el amor de madre es el amor más puro que hay. “Hasta que no eres madre no eres consciente de que ese sentimiento existe, diría que es un amor incondicional que te hace darlo todo -concluye Adriana-. Hace tiempo leí que cuando el bebé se está formando en la barriga de la madre hay una serie de células que se desprenden y se quedan de manera permanente en el cuerpo de la mamá, por eso esa unión tan fuerte y debe ser así porque una vez que das a luz el sentimiento que te nace es muy, muy, muy fuerte”.
| LUIS GRESA