El niño que llevamos dentro...

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Un cuento de Navidad

El delegado de la ONCE en Andalucía, Ceuta y Melilla, Cristóbal Martínez, y la presidenta del Consejo Territorial, Isabel Viruet, repasan la infancia de sus Navidades blancas en Úbeda y Carratraca

No hay Navidad sin cuento. Pero este no es un cuento más de Navidad. Es diferente. No va de príncipes ni de hadas, tampoco de héroes de aventuras, ni de aprendices de magia. Aunque sus protagonistas tienen mucho de todo eso. Uno de ellos, Cristóbal, un niño de la Úbeda renacentista que ya desde muy pequeñito llevaba gafotas grandes para paliar su déficit visual. Era el segundo de cuatro hermanos y se quedó ciego a los 16. La otra, Isabel, una niña de Carratraca, un pueblecito hermoso de la Serranía de Ronda, la mayor de tres hermanos, que apenas diferenciaba la claridad de la sombra ni distinguía colores. Dos infancias unidas por unas Navidades blancas.

Cristóbal recuerda ver muy mal desde muy pequeño. Le llamaban mucho la atención los colores, le impresionaba su intensidad, también la cara de las personas, aunque debía pegarse demasiado a ellas para reconocerlas. Y pronto se acostumbró a no ver con precisión. ¿Cómo sería ver de manera normal?, se preguntaba.

Isabel en cambio nunca vio una cara, ni más lejos de un cuarto de su nariz. Veía por un agujerito muy pequeño del ojo izquierdo pegado a la nariz, con lo que tenía que ponerse muy cerca para tratar de enfocar. Le obsesionaban las luces y los colores. Tanto, que todavía hoy recuerda con algo de nitidez los colores del parchís. Y recuerda experimentar con las pompas de jabón para ver los colores que traslucían a través del sol y esas pompas maravillosas.

Pero como la Navidad tiene esa magia pronto a Cristóbal el brillo de sus luces y del espumillón le abrieron los ojos y se recuerda corriendo por esas calles adoquinadas de Úbeda yendo a comprar tiras y bolas para ponerlas en casa. Porque para él eso era la magia de la Navidad; soñar con que fuera a nevar era una de sus mayores ilusiones cuando llegaba la Navidad.

Foto de Cristóbal Martínez con sus padres y hermanas

Cristóbal, con sus padres y hermanas en la imagen, guarda un recuerdo entrañable de sus primeras Navidades en Úbeda

Hacía frío en Carratraca, un frío seco, intenso, con un viento que acentuaba su intensidad. El mismo frío que en Úbeda en las primeras semanas del invierno. Días de chimenea en casa, de manos rotas con sabañones como las de Isabel, que las acercaba al fuego después de meter las manos en la nieve. “Era una verdadera maravillosa locura”, recuerda ahora con emoción. Con la misma que recuerda aún cómo levantaba muñecos de nieve en la calle con sus hermanos, sus primos y sus amigos, entre gritos y algún que otro tropezón. Cristóbal en cambio, no necesitaba tocar la nieve para que afloraran los sabañones. Los tenía en las manos y en los pies porque en casa no había lumbre sino un brasero de gas que apenas calentaba.

Eran niños especiales. Diferentes. Distintos. Sin embargo, nada a su alrededor les hacía sentirse especiales, diferentes ni distintos. En todo caso, super protegidos. En el caso de Cristóbal esa super protección frustró una de sus ilusiones como niño; la bicicleta. Siempre la quiso y nunca la consiguió porque en casa pensaban que se podría caer y dañar aún más sus ojos. Se lo pidió muchas veces a los Reyes, y hasta a su propia familia, pero todas las veces los Reyes continuaban su ruta de Oriente sin llevar la bici de Cristóbal entre sus sacos.

Tampoco Isabel se sintió la niña mimada de la casa. En el fondo ella sabía que la querían un poquitín más que a sus hermanos, pero no lo decía. Sus padres se encargaron de hacerle fuerte frente a la adversidad y ya desde pequeña se tenía que montar en una sillita para llegar al fregadero y fregar los platos, también en Navidad. Sabían que tenía que caerse para volver a ponerse en pie una y otra vez y así la hicieron, fuerte y libre.

En su casa no había para comprar regalos. Una vecina del pueblo regaló una bici preciosa a uno de sus hermanos, era de color verde manzana, y todos la sentían un poco como suya. Cuando la madre salía para comprar, y los hermanos marchaban a la escuela, Isa aprovechaba para hacer de las suyas con la bici por las calles empinadas de Carratraca hasta que se llevó por delante a un vecino y ahí se acabó la bici.

Navidades auténticas

La infancia de Cristóbal está anclada también en las calles de su pueblo. Era feliz jugando con los amigos en una Úbeda sin coches; los amigos de una calle contra la otra calle; los de un barrio frente a otro; juegos que eran recreativos de verdad entre los primos que llegaban de los pueblos de alrededor para juntarse en casa de los abuelos por Navidad; juegos que construían ellos mismos juntos. Esos siguen siendo hoy los mejores recuerdos de su infancia.

Como lo fueron la llegada de los polvorones a casa. Era la entrada oficial de la Navidad. Aún más, eran los propios Reyes Magos. Esa caja tan bien adornada, con mantecados y polvorones envueltos en papeles dorados y plata eran, para Cristóbal, un regalo caído del cielo que guía la estrella de David. Porque en casa de Cristóbal nunca llegaban los juguetes que pedían. Ellos se empeñaban en pedir lo que veían por la tele y, por aquel entonces, sus padres, los emisores de Sus Majestades, no podían permitirse acceder a la carta de peticiones en un pueblo donde, por otra parte, tampoco llegaba nada de lo que se anunciara por televisión. Por eso que aquellos polvorones fueran para él un auténtico regalo de Reyes.

Isabel Viruet, con 8 años, con su madre en el Torcal

Isabel Viruet, con 8 años, con su madre en el Torcal

En casa de Isabel tampoco hubo Reyes como los niños de hoy conocen que son los Reyes. Su padre trabajaba en el campo, como el de Cristóbal. Los dos crecieron entre cerdos, cabras y ovejas, los sonidos y los olores del campo y la belleza de naturaleza. Esa riqueza hacía que tampoco echaran mucho en falta todo lo que saliera por la tele. Tampoco lo necesitaban. Unas simples ramitas eran suficiente para entretenerse toda una tarde poniendo un árbol. Eran tiempos de imaginación y creatividad.

Cristóbal no veía para leer. Isa tampoco, pero su obsesión por los cuentos le llevó a chantajear a su hermano para que cada día del año, y son 365, le leyera uno. Y siempre lo conseguía, incluso cuando el otro quería escaquearse en días señalados como Nochebuena, Nochevieja o Reyes.

Y cuando llegaban los Reyes... porque los Reyes llegaban a Carratraca, a Úbeda y a todos los hogares del mundo donde hubiera niños aguardando una ilusión, Isabel y Cristóbal aguardaban nerviosos esa noche por si acaso llegaba esa bici. Al final, aunque fueran solo unos caramelos o unos bombones, siempre había una sorpresa. Y daba igual lo que fuera porque la ilusión de esa noche tenía mucho de magia. Como los buñuelos en familia que hacía Isabel a la mañana siguiente de la visita real.

Aquellas vivencias siguen intactas hoy, una Navidad más, en la memoria de Cristóbal e Isabel. Con el paso del tiempo aquellas las recuerdan más auténticas, más de verdad, había menos regalos y más charla, menos juguetes y más juegos, menos mensajes y más comunicación, menos redes y más conexión, menos prisas y más tiempo, menos distracciones y más risas.

Cristóbal con sus dos hermanas

Tanto Isabel como Cristóbal, en la imagen con sus dos hermanas, anhelan seguir siendo los niños que fueron

Con el tiempo los protagonistas de este otro Cuento de Navidad llegaron a convertirse en auténticos centinelas de la ilusión en un país donde la magia se llamaba ONCE. Era algo único en un mundo donde los ciegos veían más que muchos otros que no sabían ver desde el corazón. Y Cristóbal Martínez, ese niño de las gafas grandes, llegó a convertirse en el delegado de la ONCE en Andalucía, Ceuta y Melilla, el capitán que dirige un ejército de solidaridad que integran más de 13.000 trabajadores. Mientras que Isabel Viruet, la niña que nunca vio con nitidez las luces de la Navidad, llego a ser la presidenta del Consejo Territorial de la ONCE que es, como ser el hada madrina de más de 15.000 almas que no ven, pero ven.

“Para mí la Navidad es la época más bonita del año, siento que es mi momento”, confiesa Isabel Viruet. De entrada, soy un poco infantil y me dejo llevar mucho por los sentimientos. Pensamos más en dar que en recibir, es mágico”, resume. “Pensar en los demás es algo que te tiene que llenar de emoción”, añade Cristóbal Martínez. “Me gustaría ser un niño”, proclama quien fue un día Rey Baltasar en la Cabalgata de Reyes de Sevilla, una de las más antiguas de España. “Añoro ser un niño, no tengo ningún pudor en decirlo”. Isabel también tiene la sensación de seguir siendo un poco la niña que fue. “Yo quiero seguir siendo la niña que era en aquel momento, quiero mantener esa inocencia, quiero seguir sorprendiéndome para poder ser mejor persona”.

Que tendrá la Navidad que saca lo mejor de nosotros mismos. Ese niño que llevamos dentro...

| LUIS GRESA

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