EN PRIMERA PERSONA: Juan José Asenjo, arzobispo de Sevilla, nuevo afiliado a la ONCE

Secciones: Entrevistas
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“La ONCE es una inyección de confianza y optimismo”

Después de doce años al frente de la Archidiócesis hispalense, Juan José Asenjo (Sigüenza, Guadalajara, 1945), ha pedido a la Santa Sede su relevo como arzobispo de Sevilla al cumplir la edad reglamentaria y en un momento en el que la pérdida progresiva de la visión está marcando un antes y un después en su vida. Con la ayuda de la ONCE se adapta ahora a una nueva situación que le ha llevado, sostiene, a profundizar en su relación con Dios. Asenjo tiene el carácter erudito, sabio e ilustrado de Benedicto XVI, ensimismado en su misión apostólica, y la humildad y pasión por los pobres que predica el Papa Francisco. Rodeado de los recursos que le permiten aprovechar al máximo su resto visual, en el palacio arzobispal más hermoso y rico en patrimonio de toda España, monseñor Asenjo afronta su relevo con serenidad y tranquilidad, y críticamente decepcionado con el poder político y económico por su incapacidad para frenar las desigualdades de esta sociedad. 

En la carta que usted ha dirigido a la Archidiócesis de Sevilla, el pasado mes de diciembre, describe con todo detalle cómo está viviendo su proceso de pérdida de visión y habla de unos dolores “casi insufribles”. ¿Le está resultando una cruz difícil de sostener?

La estoy llevando con resignación, con aceptación de la prueba que el Señor ha permitido, y ofreciendo todos mis sufrimientos y mis dolores por la iglesia, por el Papa, por la Diócesis, por los sacerdotes, los consagrados y por los laicos. Estoy sereno, estoy tranquilo. Me estoy valiendo por mí mismo. No tengo gravísimas dificultades. Tengo dificultades, pero las voy sorteando con la ayuda de Dios, de mis colaboradores y especialmente con la ayuda de la ONCE que me está suministrando recursos y subsidios muy interesantes y muy válidos para llevar una vida relativamente normal y poder trabajar. Puedo leer, puedo realizar casi todas las actividades que antes realizaba, únicamente que cuando digo misa en público no puedo llevar uno de estos instrumentos que vosotros me habéis facilitado y entonces, tengo al lado al secretario que en las oraciones variables de cada día me va dictando un poquito el texto de las oraciones, pero son tres en cada eucaristía, el resto casi me lo sé de memoria. De manera que estoy bien, sereno, tranquilo, acepto la situación que el Señor ha permitido y doy gracias a Dios y gracias a todos vosotros.

¿Se siente fuerte para acoger la vida tal como es, para hacer sitio incluso a esa parte contradictoria, inesperada y decepcionante de la existencia de la que habla el Papa?

Si me siento fuerte, en paz conmigo mismo, con Dios y con el mundo. Veo con normalidad aquello que me ha sucedido. No sé si en el futuro tendré más dificultades. De momento me voy valiendo por mí mismo. Tengo la visión periférica, aunque no tenga la visión central, el detalle, pero estoy bien, sereno y tranquilo.

Francisco nos invita a tener fe incluso a través de nuestros miedos, de nuestras fragilidades, de nuestra debilidad. ¿Se siente ahora más frágil y vulnerable en esta etapa que inicia en su vida?

No especialmente. Estoy viviendo esta etapa con mucha normalidad, incluso con alegría, no me siento un desgraciado, ni muchísimo menos, y acepto mis limitaciones, pero no veo en ellas una tragedia, sino un cambio no sustancial, sí accidental, en mi vida anterior. Por otra parte, voy camino de la jubilación, me quedan muy pocos meses, y renuncié al Arzobispado en los primeros días de octubre. Cumplí los 75 el 15 de octubre, y mandé la carta preceptiva y cuando he tenido estos problemas con la vista he vuelto a escribir al señor nuncio pidiendo que aceleren mi sustitución. Esta sustitución no se está produciendo con la celeridad que yo esperaba, probablemente faltan todavía algunos meses. Entonces, estoy viviendo con paz y normalidad esta etapa de espera y espero vivir también con normalidad la etapa que me aguarda sin obligaciones pastorales. Viviré aquí en Sevilla, dedicaré mucho tiempo a la oración, espero que pueda dedicar mucho tiempo a la lectura, y me pondré al servicio del nuevo arzobispo para aquello que me quiera encomendar. Pero viviré recogido en mi casa dedicado a la oración y a la lectura. La oración es una forma eminente de servir a la Diócesis a la que uno ha dedicado su vida. Yo creo en el poder de la oración y creo que es tan eficaz como las acciones externas.

“Sois una institución admirable y providencial”

Asenjo comprueba el funcionamiento de una lupa electrónica que le sirve de soporte de lectura junto a otra lupa TV Merlin

¿Cómo fue su primer contacto la ONCE?

Me han tratado con mucha delicadeza, mucha entrega y dedicación y estoy muy agradecido. Creo que tratan a todo el mundo así. Me parece que sois una institución admirable, yo no la conocía apenas, no la conocía por dentro, me parece que es una institución providencial. Creo que España y los ciegos españoles se pueden sentir orgullosos de esta institución. Yo me he sentido tratado con mucho cariño por parte de todas las personas.

La gran mayoría de las personas que encuentran la ONCE en su camino describen ese momento como una salvación, como un antes y un después en sus vidas, una vez que aprenden a adaptarse a esa nueva situación. ¿Comparte esa sensación?

La comparto sí, la comparto. Cuando salí de la clínica, donde estuve sedado por el dolor terrible del ojo, tuve el mal del clavo, salí muy sobrecogido en cuanto a mi futuro, cuál iba a ser mi vida, y con la ONCE se han abierto puertas de luz que me permiten mirar el futuro con esperanza. Es verdad que todavía no he tenido excesivo tiempo para manejar los recursos que me han llegado, tengo que familiarizarme más con la pantalla, con la lupa electrónica, que me parece un instrumento magnífico, estoy aprendiendo. Lo que antes he aprendido es a manejar este reloj que habla y además tiene los números muy grandes y las manecillas y lo veo muy bien. Sí, es un antes y un después, creo que se puede describir así mi sensación después de conocer a la ONCE.

Como sucede con todos los afiliados nuevos, la ONCE ha elaborado un plan individualizado de atención que incluye apoyo al bienestar social, servicio de rehabilitación visual, tiflotecnología, ¿cómo valora la atención que está recibiendo?

Pongo una matrícula de honor, no tengo la más mínima queja, todo lo contrario. Los profesionales que me están atendiendo son muy competentes, buenos profesionales, que creen en lo que están haciendo y que luego tratan a las personas con mucha delicadeza y mucho cariño.

¿Qué le ha sorprendido más en su relación con la ONCE? ¿Qué ha descubierto?

Tal vez la familiaridad y la cercanía con que tratan a los afiliados. El optimismo que tratan de infundir en el afiliado, el usuario que va muy consciente de sus limitaciones y ahí recibe una infusión, una inyección de confianza y de optimismo.

Monseñor, ¿qué ha cambiado en usted, más allá del hecho físico de perder visión? ¿El Juan José Asenjo de hoy es muy distinto al de hace apenas un año?

Bueno, en algún sentido sí. Ahora tengo más tiempo porque salgo menos, todas las semanas tengo alguna misa fuera, pero no es la actividad de antes. Ahora a muchos sitios que me invitan no voy. Entonces tengo mucho más tiempo para rezar y en ese sentido probablemente no es que haya cambiado mi relación con Dios, pero sí que se ha incrementado. Hasta hace 15 días yo no podía rezar el breviario, que es un oficio divino, una obligación de los sacerdotes. Son cinco horas canónicas; laudes, maitines, tercias, vísperas y completas. En compensación, puesto que no podía leer, rezaba las cuatro partes del rosario. Ahora Radio María me ha facilitado los audios de estas obras entonces las oigo, me las mandan todos los días al móvil. Y no es lo mismo leer el oficio divino que oírlo. San Pablo dice que la fe entra por el oído. Y no es lo mismo leer que oír. Como que penetra más en el corazón y en la mente la palabra de Dios, los escritos de los santos padres. Pues digamos que en esta etapa he profundizado en mi relación con Dios, aceptando también con mucha confianza en él la situación en la que me encuentro.

¿A qué tiene miedo señor arzobispo?

Pues no tengo miedo a nada. Tengo miedo a quedarme completamente ciego, pero bueno, lo tendré que aceptar si llega el caso. Estoy en manos de los oftalmólogos que van a tratar de conservar ese 20% de visión que tengo y frenar un poco el deterioro de la mácula.

Desde esa situación, ¿ha cambiado su perspectiva respecto a las personas con discapacidad?

Los siento como miembros de mi familia. He entrado a formar parte de esa familia. Los siento como mucho más cercanos a mí. Como miembros de mi familia o miembro yo de su familia. Para mí son hermanos, personas cercanas y amigos.

¿Cómo quiere que el paso del tiempo recuerde la figura de Juan José Asenjo como arzobispo de Sevilla?

Como un hombre entregado a mi tarea, trabajador, obsesionado con mi misión fundamental que es anunciar a Jesucristo, entregarlo y darlo a todos, que es la misión propia del obispo, del apóstol. Los obispos somos sucesores de los apóstoles. Nuestra  misión fundamental es anunciar, entregar a Jesucristo, compartir con los demás nuestro mejor tesoro. Quisiera que me recordaran como persona entregada, como un obispo abnegado y trabajador, muy consciente y enamorado de su misión apostólica. Y luego como una persona sencilla, humilde, acogedora, que no establece barreras con sus fieles, sino que a todos los acoge.

Quería preguntarle a qué quiere enfocar su vida a partir de ahora, pero ya ha comentado que a la lectura, la escritura y la oración.

Y recibir a quien quiera venir a verme. Yo he hecho muchas amistades, hay mucha gente que confía en mí, que viene a pedirme consejo. Pues mi casa va a estar abierta para todos, claro. Sí. Yo, cuando terminé en Roma me traje algunas carpetas con documentación que yo investigué en el Archivo Vaticano. Y añoraba la jubilación para dar salida a esta documentación y publicar.

¿Sobre?

Bueno, pues sobre historia de la Iglesia, en concreto de la Diócesis de la que yo procedo, Sigüenza-Guadalajara, y una congregación a la que yo quiero mucho que son las Hermanitas de los Ancianos Desamparados. Tengo mucha documentación. Ahora con estas dificultades no sé si voy a ser capaz, pero a lo mejor lo intento, escribir algo, leer. A mí me salva también la música. Yo soy devotísimo de Radio Clásica de RNE. En el confinamiento del año pasado me ayudó mucho la música y tengo muchísima música archivada. He pedido que me copien alguna sinfonía de Mendelssohn, de Schumann, de Brahms, la séptima de Beethoven. También me gusta mucho caminar. Sigo caminando por las tardes, rezo el rosario, oigo el breviario y camino siete, ocho o nueve kilómetros en esta casa que tiene largos pasillos. Y espero seguir caminando.

“La pandemia nos invita a volver a Dios”

"Nos hemos olvidado de los más vulnerables", lamenta el arzobispo de Sevilla

En la carta apostólica Patris Corde con motivo del 150 aniversario de la declaración de San José como patrono de la Iglesia Universal, el Papa Francisco subraya que la pandemia nos revela que nuestras vidas estás tejidas y sostenidas por personas comunes y cita a los médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos que comprendieron que nadie se salva solo. Una situación tan dramática como la que atravesamos, ¿saca también lo mejor de nosotros como sociedad?

Estoy seguro de ello. Desde luego el testimonio de médicos, enfermeros, auxiliares, personal sanitario en general, es un testimonio emocionante. Están dedicándose a su vocación, porque la medicina es una vocación, con alma, vida y corazón, sin reparar, sin que darse con nada, sin reservarse nada, poniendo en riesgo sus propias vidas. Y eso mismo podemos decir de otros profesionales, como ocurrió con la nevada tremenda en Madrid, Aragón, Castilla-La Mancha, mi tierra, Cataluña, ahí se ha puesto en evidencia la abnegación de tantos servidores públicos, del ejército, los bomberos, la policía, de tanta gente. Eso significa que hay mucha gente buena, que el bien es mayor que el mal, y que todos estos profesionales son un ejemplo para el resto de la población. Nos están indicando que la entrega a los demás, el servicio a los demás, es un deber que además produce siempre muchas satisfacciones y mucha alegría.

Permítame la pregunta monseñor. Pero ¿no cree que la pandemia ha puesto en evidencia de alguna manera la primacía de la ciencia frente a la religión?

Más bien pienso lo contrario. Yo he predicado que mientras el Medievo, el Renacimiento, incluso el Barroco, fueron épocas fundamentalmente teocéntricas, cristocéntricas, Dios, Zeos, y Cristo en el centro del universo europeo, la Cosmovisión era una Cosmovisión cristiana. A partir de la Ilustración, el siglo XX y el siglo XXI son épocas fundamentalmente antropocéntricas, el hombre moderno ha sacado a Dios de la hornacina en la que figuraba en épocas anteriores y se ha puesto él mismo allí, como centro y medida de todas las cosas. Hemos construido pequeños diosecillos, ídolos, sustitutivos de Dios, sucedáneos, el hombre orgulloso de sus triunfos técnicos, del dominio de la naturaleza, del dominio de las enfermedades. Se ha creído invulnerable, se ha creído casi todopoderoso, casi inmortal. Y ha tenido que venir un ser microscópico a despertarnos de este sueño prometeico, del progreso infinito. Yo he dicho públicamente que la pandemia es un mal objetivo. El dolor que ha provocado es inmenso; muertes en circunstancias terribles, hombres y mujeres que han muerto sin el consuelo, la cercanía, las manos de los suyos, tanto daño, tanto dolor, tanto sufrimiento, pero hay algún rasgo positivo, un rayo de esperanza. La pandemia no deja de ser un signo, una señal, que nos invita a volver a Dios, a convertirnos y a poner a Dios en el lugar que le corresponde en nuestro corazón, en nuestra vida y también en la vida de la sociedad. En este sentido la pandemia tiene algo de positivo. San Pablo en la Carta a los Romanos dice que “para los que aman a Dios todo lo que sucede, sucede para bien”. Entonces yo aprovecho este pequeño rasgo positivo para invitar a quienes me oyen a volver a Dios, a ser mejores, a dar una mayor primacía a lo religioso, a lo sobrenatural, conscientes de que la vida no empieza y termina en lo material, en el dinero, en el placer, en el disfrutar, en el poder. El valor supremo de nuestra vida es Dios nuestro Señor.

¿Por qué las crisis siempre son para los más vulnerables? ¿Qué hemos hecho mal como sociedad para que eso siga siendo así?

La sociedad no ha sabido igualarnos a todos, favorecer una sociedad más fraterna, más humana, más de acuerdo con los planes de Dios. Las diferencias irritantes, escandalosas entre ricos y pobres, que han aumentado en esta época. Los ricos son más ricos, los pobres son más pobres. Da pena salir a Torreblanca, a las Tres Mil, al sector sur (barrios marginales de la ciudad de Sevilla), eso no deja de ser un escándalo para un cristiano, que no hayamos sido capaces de favorecer una sociedad más justa, más fraterna, más humana. Yo a veces, he sentido un poco de escándalo al ver políticos que llevan tantísimos años en el poder y han sido incapaces de salir al paso de tantísimo fracaso, tantísima miseria. Lo hemos hecho mal, no hemos buscado el bien común, el bien general, hemos favorecido a las élites o las clases medias, pero nos hemos olvidado de los pobres, que son los más vulnerables y los que más caen en estas circunstancias de pandemia.

En su condición de arzobispo ha mantenido usted relaciones extraordinarias con el poder político y económico. ¿Le han decepcionado en algún sentido?

Si soy sincero tengo que decir que sí. Creo que se podía hacer mucho más por los desheredados, los pobres, los que carecen de recursos sicológicos, intelectuales, humanos, para promocionarse a sí mismos. Son los preferidos del Señor. Él está cerca de los pobres. Y deben ser los preferidos de la Iglesia y de quienes ostentan los cargos públicos, los poderes públicos. Yo, en este sentido, me siento orgulloso de lo que estamos haciendo en la Iglesia con recursos muy limitados, gracias a la Iglesia muchos miles de sevillanos, de andaluces, de españoles tienen un techo donde cobijarse y tienen un trozo de pan que llevarse a la boca. Estamos haciendo un grandísimo esfuerzo con recursos muy limitados. Y quiero alabar la implicación y el compromiso de las Hermandades y Cofradías aquí en Sevilla, que están dando el do de pecho, un ejemplo extraordinario de cercanía a los pobres y a los que sufren.  Hay que seguir. Los pobres están ahí. El día que el Papa Francisco fue elegido en la Capilla Sixtina, su compañero de escaño, cardenal Humes, de origen alemán, arzobispo de Sao Paulo, amigo del Papa, le dijo: “Jorge, no te olvides de los pobres”. Se lo repitió dos veces. El Papa no se olvidó de los pobres, ahí está su trayectoria. Pues eso mismo digo yo a los poderes públicos, a las instituciones y a los particulares, que no nos olvidemos de los pobres.

“Cuando el amor no duele es pura hipocresía”

Asenjo considera que la misión fundamental de la Iglesia es ser conciencia crítica de la sociedad y servir a los pobres

¿No tiene la sensación de que a la labor social de la iglesia le ocurre un poco como a san José, el hombre que pasa desapercibido, el hombre de la presencia diaria, discreta y oculta, pero que es a la vez un intercesor, un apoyo y una guía en tiempos de dificultad?

San José fue así, humilde, siempre ocupando un segundo lugar, sin reclamar preminencia ninguna. Pues a la Iglesia le pasa eso, si, el reconocimiento es escaso, pero bueno, no nos debe importar, debemos seguir nuestro camino. El Señor nos pide que sirvamos a los pobres, a los desheredados de nuestra sociedad, a los que nada tienen, a los que van quedando en las cunetas del desarrollo social, y nos pide que seamos samaritanos de nuestros hermanos. El buen samaritano cuando ve al pobre malherido no pasa de largo. Nosotros también debemos bajarnos de la cabalgadura de nuestro bienestar para compartir con los pobres no solo lo que nos sobra, sino incluso aquello que estimamos necesario, porque cuando el amor no duele es pura hipocresía. Esa es la misión de la Iglesia. La vida de la Iglesia pivota sobre tres bases; el anuncio de la fe, que es el apostolado, la formación, las homilías, las cartas del Papa, de los Obispos; la celebración de la fe, que es la eucaristía, la administración de los sacramentos; y la tercera pata es la diaconía de la caridad, de manera que si falta uno de estos pivotes no estamos ante la Iglesia soñada por Jesús, por eso no puede faltar la Cáritas parroquial, si falta es como si faltara la celebración de la eucaristía o la homilía o la catequesis.

Cree por tanto que esa labor de la iglesia merece un mayor reconocimiento por parte de la sociedad.

Pienso que no es suficiente, pero tampoco nos debe importar. Debemos seguir nuestro camino porque responde a la voluntad del Señor. Estoy convencido de que si, probablemente mereceríamos un mayor reconocimiento que probablemente no existe, pero que tampoco nos debe quitar el sueño. Lo nuestro es servir sin esperar premios ni alabanzas. Servir gratuitamente y por amor.

¿Y cuál cree que debe ser el papel de la Iglesia en pleno siglo XXI?

Es el papel de siempre. Su papel fundamental es el anuncio de Jesucristo a nuestro mundo con obras y palabras y ser un poco también conciencia crítica de la sociedad, poniendo el dedo en la llaga de tantos abusos, tantas violaciones de la ley de Dios, de los derechos humanos fundamentales. Cuando la iglesia denuncia violaciones de derechos fundamentales está en su papel, no se le puede acusar de meterse en política. El Concilio Vaticano II dice que es papel de la Iglesia denunciar los atropellos de la dignidad de la persona humana. Ser conciencia crítica, servir a los pobres y a los que sufren. Esa es la misión fundamental de la Iglesia.

Para terminar, le pregunto por sus inquietudes acerca de algunos de los grandes desafíos que tiene por delante la Humanidad, como el cambio climático, la revolución tecnológica, los nacionalismos y la inmigración.

Por supuesto que me preocupa el cambio climático, que es real, no es una ficción, no podemos caer en el negacionismo, es muy preocupante. Me preocupan también los nacionalismos, que siempre son insolidarios y suponen una ruptura, una quiebra de la paz, de la unidad, siempre buscan prevalecer sobre otros, dominar a otros. La revolución tecnológica me preocupa en la medida en que estos instrumentos pueden condicionar la libertad de las personas y me preocupan mucho las redes sociales, que suponen muchas veces un ataque a la dignidad de las personas, puesto que se puede calumniar refugiándose en el anonimato. Y la inmigración no deja de ser un tema muy preocupante. Los pobres vienen porque huyen de la miseria, de las guerras, las persecuciones, no nos vamos a librar de la inmigración si el primer mundo no comparte su bienestar con estos países acudiendo en ayuda de estos países pobres. ¿El modo? Pues no lo sé, pero habría que encontrar una fórmula para favorecer el desarrollo de estos países y que estos hermanos nuestros no tuvieran que emigrar. Mientras tanto los tenemos que acoger respetando su dignidad, favoreciendo su integración y su desarrollo.

Después de un año tan largo de pandemia, ¿algún mensaje final para la esperanza?

Todos los días pido al Señor y a la Virgen para que pongan su mano y nos liberen de esta lacra que tanto sufrimiento, tanto mal, tanto dolor, tanto temor están provocando en nuestra sociedad. Dios quiera que, a nuestras gentes, sobre todo a los jóvenes, que a veces son más ligeros, y no tienen en cuenta el quinto mandamiento de la Ley de Dios, que nos impone cuidar la propia salud, no ponerla en riesgo, pero también no poner en riesgo la salud de los demás. Sería deseable que todos fuéramos mucho más sensibles y más comprometidos en la lucha contra el Coronavirus. Yo tengo esperanza que las vacunas vayan favoreciendo la victoria sobre el virus, aunque me preocupa el tercer mundo. Estos días estoy escuchando que habrá países que no podrán vacunar nada y que habrá países, como Mozambique, que solo podrán vacunar un 20%, nada más. Sería deseable que los países ricos compartieran las vacunas también con los países subdesarrollados o en vías de desarrollo. Dios quiera que desaparezca esta lacra sobre la faz de la tierra.

| LUIS GRESA

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