DE PERFIL: José María Moreno, actitud ante la vida
Bailarín en el Madrid de la Movida, vendedor de la ONCE en Marbella desde hace ocho años, ha superado una leucemia y un tumor a fuerza de voluntad
Hasta entonces, José María había sido un niño feliz en su pueblo, un adolescente que consumió la vida a borbotones, un hombre afortunado. De pequeño soñó con ser Antonio el Bailarín y en casa le dejaron seguir sus pasos. Con ocho años comenzó en el Conservatorio de Campo de Criptana, “el pueblo de Sara Montiel”, después entró en la Academia de Baile del coreógrafo argentino Tony Escartin, y a Madrid que iba todos los sábados, así durante cuatro años y medio, a dar clases con uno de los referentes principales del baile en la España posfranquista. De ahí le salieron los primeros bolos, los primeros espectáculos.
Era el Madrid de Alaska, el del Joy Eslava y el Palacio Gaviria. El Madrid de la Movida que absorbió hasta el límite de lo posible. Diez años con su pareja de baile en los que formó parte de la Compañía de Carmen Mota, recibió aplausos en los escenarios de España, Francia e Italia, participó en galas TVE, Antena 3, Telecinco y Canal Sur. Supo lo que es ponerse delante de una cámara, la tensión del directo, bailar para el público, conoció el glamour del show, la adrenalina del espectáculo, la precisión y el rigor de un cuerpo de baile.
Y después de ser bailarín tuvo que aprender a andar. Fue el primer punto de inflexión en su vida. Estaba contratado por un empresario de Marbella para bailar y al coger una simple caja de Coca-Cola en un supermercado se quedó clavado de rodillas en el suelo sin capacidad de reacción. Le llevaron a Urgencias, le diagnosticaron un simple lumbago en un primer momento, pero a las 24 horas, ya en el hospital, aquella caída tonta derivó en una artrodesis lumbar. Le quitaron dos vértebras, le injertaron células madres embrionarias #8211el primer caso que se daba en Andalucía del proyecto impulsado por el entonces ministro de Zapatero Bernard Soria, noticia a nivel nacional-, y tras dos operaciones permaneció un año y medio inmóvil en la cama. Cuando recuperó la movilidad quiso quitarse la vida.
Rehabilitación, masajes, muletas, el certificado de discapacidad le abre las puertas de la ONCE y le descubre un mundo aún por explorar, la venta del cupón de la ONCE. 8 años ha cumplido ya como vendedor, un trabajo que siente con el mismo orgullo que vivió como bailarín y que afronta cada día con la misma ilusión, el mismo nervio y el mismo entusiasmo que cuando salía al escenario.
Segundo punto de inflexión, 2013, a José María Moreno le diagnostican leucemia en grado inicial. El proceso se desencadena de acuerdo al protocolo sanitario; búsqueda de donante de médula, ciclos de quimio, analíticas permanentes. Sin defensas, José María asume la gravedad de su diagnóstico el día le llaman al colegio de su hijo, entonces de cinco años, preocupados porque el niño había pedido a los Reyes Magos “que su papá no tuviera que ir al hospital”. Nueve meses duró el proceso. Hasta entonces, no se abrieron los regalos de los Reyes que aguardaban la buena nueva.
A fuerza de voluntad y actitud, José María vence esa barrera, para tantos infranqueable. A su juicio, es la base de todo, actitud para superar una enfermedad o para vender un cupón, actitud ante la vida.
Ni un solo día faltó José María a su punto de venta de la ONCE. Aprovechó los días de descanso para hacerlos coincidir con los ciclos de quimio y las analíticas. Y en su historial no figura todavía una baja.
Seis meses después, un bulto en el pecho enciende todas las alarmas de nuevo, un tumor, otra vez al oncólogo, otra vez al quirófano, en esta ocasión por una ginecomastia, de la que sale indemne. Tampoco durante el proceso tuvo un día de baja como vendedor, pese a los intentos de la ONCE por persuadirle. La disciplina en la que ha crecido y su grado de auto exigencia le hace fuerte #8211asegura-, más fuerte en la vida.
Y ahí sigue, arrancando sonrisas a sus clientes, compartiendo con ellos sus alegrías y sus penas, soñando con dar el Cuponazo algún día, aunque ya sabe la alegría que es repartir 350.000 euros en un sorteo de diario o 200.000 en un fin de semana. No le pide más a la vida. Bueno, sí, que los suyos no tengan que pasar nunca por los varapalos que la vida le ha dado a él.
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