Mujeres Rurales ante el 8M

BOLETÍN 195 MARZO 2025

Reportaje sobre la realidad de las mujeres rurales

Marta Chacón, ciega total, hija de Villamartín (Cádiz) e Irene Jiménez, con discapacidad visual grave, vecina de Villargordo (Jaén), afrontan el Día Internacional de la Mujer como una oportunidad para seguir reivindicando el poder de las mujeres rurales con discapacidad

 

Marta Chacón: “La discapacidad no es un hándicap”

Marta Chacón con una vista de su pueblo al fondo

Marta Chacón con una vista de su pueblo, Villamartín (Cádiz) al fondo

Villamartín es uno de los primeros pueblos blancos de Cádiz, ubicado en la transición de la campiña a la sierra, un nudo estratégico de comunicaciones entre las provincias de Cádiz, Málaga y Sevilla, cuyo pasado se remonta a 4.000 años a.C., como se encarga de demostrar el Dolmen de Alberite, uno de los monumentos megalíticos más antiguos de la península ibérica.

Es el pueblo de Marta Chacón, que nació ciega allí, hace 36 años. Una localidad hoy de 12.000 habitantes, de calles poco accesibles, al menos para Marta que detecta cada estrechez como una barrera a sortear. “Yo creo que no habría podido seguir viviendo aquí con mi discapacidad y mi familia, sino estuviera donde está equidistante entre Sevilla y Cádiz, muy cerca de Jerez”, comienza diciendo. “Pero es un pueblo bonito, se respira bien, la gente te conoce, a mí me gusta mucho mi pueblo”. 

Su infancia, recuerda, fue muy feliz, en las calles jugando con sus primos; aprendiendo flauta con su amiga Miriam a la que le enseñó a cambio el braille; en el colegio de Torrevieja, en la parte alta, con sus compañeros; con el teatro que tanto le ayudó a integrarse entre los suyos. “Algunos no terminaban de acercarse a mi -reconoce sin resentimiento alguno-. No sabían cómo tratar con una persona que no ve teniendo en cuenta que en los pueblos hay menos cultura de esto que en la ciudad. Y gracias al teatro, pude hacer muchos amigos”, explica.

Desde joven, Marta percibió siempre diferencias entre niños y niñas, entre una niña con discapacidad y el resto de su entorno social. “Sí, claro que se notan -subraya-, en la adolescencia empecé a notar como que te dejan un poco de lado”. Y es que la inclusión en el medio rural tiene, a su juicio, sus pros y sus contras. De un lado, resulta más sencilla al tratarse de un entorno donde todos se conocen. “Aquí todo el mundo sabe que soy Marta, la que no ve, la nieta de Rubén, el que murió, que tenía un taller, la hija de Isabel, la de las uñas. Y si yo me encontrara por casualidad en la calle perdida en algún momento, siempre habría alguien que me ayudaría”. Pero tiene también su versión más compleja. “Lo que es la inclusión en los pueblos todavía no está fomentada del todo. Hay mucha ignorancia. A veces voy con mi madre o con mis amigas por la calle, da igual con quien vayas, y saludas a alguien y no me saludan del tirón. Digo, vale, soy una planta. O me saludan y me hablan como si fuera tonta. Me pasa muchísimo”. Y luego, claro, está el propio urbanismo del pueblo, reñido inevitablemente con la accesibilidad. “Hay aceras que son muy estrechas y con el bastón no vas bien. Otras que se cortan y es muy difícil ir sola”. De ahí que el balance resulte bastante equilibrado. “Por eso digo que es difícil y es fácil, porque mucha gente tiene buena intención, te conocen y te aprecian, pero es difícil porque hay mucha ignorancia y, sobre todo, por la accesibilidad”, resume. 

Marta en una calle emblemática de Villamartín

Chacón reconoce que en los pueblos hay todavía mucha ignorancia en torno a la inclusión social

Chacón tiene claro que si hubiera nacido en Jerez en lugar de Villamartín tendría más independencia de la que tiene. “Yo en Jerez he utilizado el bastón muchísimo más que aquí porque la accesibilidad de allí no es lo mismo”, comenta. Y hubiera tenido más oportunidades. “Tal vez tener más relación con más personas, tener un vínculo más fuerte del que tengo con mis amigas de Jerez, porque si yo viviera allí podría verlas todos los fines de semana. Eso me lo he perdido y cierto acceso a cosas que aquí no puedes, a la cultura. No necesito una ciudad grande, como Sevilla o Madrid, tampoco la descarto, pero si hubiera nacido en un sitio como Jerez, por ejemplo, yo creo que tendría más independencia”. Y lo de ligar, con dificultad. “Uf, es muy difícil. Como no ligues porque una amiga te presenta a un chico y es muy difícil. Además de que el mercado está fatal”, se ríe.

En Jerez estudió un grado medio de comercio antes de dar el salto a Magisterio en la Universidad de Cádiz. Durante cinco años su madre, Isabel Mulero, estuvo yendo y viniendo cinco veces por semana de Villamartín a la Facultad para que su hija, con problemas de epilepsia también, pudiera culminar con éxito sus estudios. El pasado mes de enero presentó ante el tribunal su TFG sobre los beneficios del teatro en el alumnado con ceguera o discapacidad visual grave, un punto final a su trayectoria académica, de momento, que concluyó con un notable que supo a gloria.

La ONCE en vena

La logística familiar no ha resultado fácil durante todo este tiempo. Pero los tres, su padre, su madre y ella, hija única, han hecho piña. “Ha sido un trabajo de equipo porque estábamos los tres”, contesta Isabel relativizando el valor de su entrega. “Yo planteé mi trabajo de forma que trabajaba medio día y el otro medio día lo dedicaba a ella. Mi problema fue que cuando dejaba a Marta en la Universidad, pues me quedaba cinco horas sin hacer nada. Entonces, me matriculé en una academia de estética, luego llegábamos a casa y cada uno a su tarea. ¿Sacrificios? No porque sabíamos que estábamos dando la oportunidad a nuestra hija para que tuviera una preparación en el futuro”, resume orgullosa. 

La ONCE ha acompañado a Marta a lo largo de toda su vida, la ha sentido al lado en todo momento, sin que la distancia a la gran ciudad haya supuesto nunca un inconveniente. “Si no fuera por la ONCE no sería lo que soy ahora porque he tenido mi profesor de la ONCE siempre que lo he necesitado, tanto en colegios, institutos, como en la Universidad. He tenido mis ayudas profesionales, cuando he necesitado el TR  (técnico de rehabilitación) o los tiflos también los he tenido. Siempre que lo necesitado ha venido mi profesor, ha estado ahí para mí. Es que, si no fuera por la ONCE, pues no estaríamos como estamos ahora, por lo menos yo”, asegura. 

Marta en la plaza del Ayuntamiento de Villalmartín

Marta Chacón se declara orgullosa de ser una mujer rural aunque lo considera "un desafío"

“Para Marta la ONCE es su segunda familia. Bueno, su segunda familia no, su familia. Aparte de su padre y su madre y nosotros, tenemos a la ONCE como nuestra, alguien muy importante en nuestra casa”, confirma Isabel Mulero.  “Siempre decimos de broma, y no es broma, es que yo lo creo así, que Marta lleva la ONCE en las venas. Marta es producto ONCE cien por cien y además lo lleva a gala y la defiende. Ha sido tan importante para nosotros que no encuentras palabras porque para eso hay que vivirlo. Y el hecho de estar lejos de un Cádiz o un Sevilla -concluye-, eso no ha sido nunca un inconveniente. Ninguno”.

La flamante nueva maestra se declara ahora una mujer orgullosa de ser rural. “Totalmente, por supuesto que sí”, remata, aunque esto conlleve superar demasiados obstáculos en el día a día. “Es un desafío”, dice gráficamente. “Es muy difícil superar la discriminación de género, económica, geográfica y de discapacidad porque en los pueblos hay mucha ignorancia -reitera-. Y en los pueblos tenemos que demostrar mucho más que un hombre”.

Así, en la Andalucía de 2025, sigue creyendo que hay razones de sobra para reivindicar el 8M. “Es difícil, pero creo que el feminismo se ejerce de muchas maneras; enseñando más en las escuelas, que no haya tanta ignorancia para las generaciones futuras, y haciendo lo que hacen las mujeres rurales, demostrando que son mujeres fuertes y que no por ser mujer vales menos y no puedes hacer ciertos trabajos, como recoger frutas en el campo”.

Chacón cree que hacen falta más medidas de sensibilización y concienciación para romper con los roles y con los estereotipos de género en el medio rural. “Es necesario recordarle a toda la sociedad que las mujeres podemos ser y hacer lo mismo que los hombres”, reivindica. Y recomienda al colectivo un feminismo proactivo. “Deben tener mucha iniciativa, mucho aguante y ser muy fuertes”, sugiere. Y lanza un último mensaje a las mujeres con discapacidad en el medio rural. “Es el que me doy a mí misma cada vez que me da un poco de bajón. Nosotras desde nuestros pueblos tenemos que enseñar a la gente que la discapacidad no es un hándicap, que sí, que puede que haya cosas que no podamos hacer, pero que siempre va a haber cosas, las que sean, que seamos muy capaces, incluso más capaces que otras personas”.

Irene Jiménez: “Nos hicieron sentir diferentes”

Irene Jiménez en el campo jienense

Irene Jiménez siempre tuvo claro estudiar Psicología para ayudar a los demás

En medio de un mar en calma de olivos perfectamente alineados, casi en el centro geográfico de la provincia de Jaén, emerge otro pueblecito del que apenas sobresalen la torre la Virgen de la Asunción y el campanario del pintor Cerezo Moreno. Villargordo, un pueblo hoy de poco más de 3.000 habitantes que vive del cultivo del olivar como ha vivido siempre. Jaén en estado puro. Ese paisaje y el carácter que impregna esa tierra han marcado el devenir de Irene Jiménez, hija y nieta de gentes del campo.

Irene nació ciega en el año de la EXPO’92 y siempre ha vivido en Villargordo. “La gente me decía que por qué me quedaba aquí en un sitio tan pequeño, que por qué no me iba a Jaén, pero llevo toda la vida viviendo aquí y yo me he acostumbrado a esto”, explica. La proximidad y buenas comunicaciones con ciudades como Jaén, Úbeda o Baeza, iconos del Patrimonio de la Humanidad, han facilitado mucho la determinación de Irene por permanecer en su pueblo. “Quizá de adolescente, cuando salía con las amigas de fiesta, echábamos de menos que hubiera más vida, pero se vive bien -se reafirma-. Tienes todo lo que necesitas a tu alcance y puedes permitirte el lujo de alquilar o comprar una vivienda, que a lo mejor en otros sitios no”.

La hermana de Irene, Lidia, cuatro años y medio menor que ella, también es ciega de nacimiento. “Mi familia siempre ha sido querida y yo también soy una niña querida aquí -sigue contando Irene-. Y recuerdo una infancia buena, la gente ha sido amable, nos han acogido muy bien, pero también los estereotipos pesan, por suerte o por desgracia no me conocen por mi nombre, nos conocen como las ciegas, es lo que hay. Es un pueblo y enseguida te ponen mote. También ha habido bullying pero se ha superado con los años y al final la gente cuando crece se da cuenta de lo que han hecho y te piden perdón. Pero hemos sido niñas felices porque hemos tenido unos padres que nos han facilitado eso y hemos ido donde hemos querido, no nos han tenido escondidas como se escondía antes a la gente con discapacidad”.

En aquel entonces Irene y Lidia eran las dos únicas niñas con discapacidad en colegio Francisco Badillo del pueblecito jienense. “Sí, nos hicieron sentir diferentes. Nosotras no nos sentíamos diferentes pero los demás sí. Éramos las niñas raras. Yo estuve desde los 6 años hasta los 9 sin tener amigos de verdad. Tenía personas que querían jugar conmigo por cierto interés en algún momento, pero amigos de verdad no. Fue a partir de los 9 años cuando empecé a tener amistades y a tener un grupillo de amigos y al final formamos una buena pandilla”.

Jiménez en medio de una calle de su pueblo

La consejera territorial de la ONCE denuncia que las mujeres en el medio rural "siguen estando juzgadas"

Irene no tiene la percepción de haberse perdido nada por quedarse en Villargordo frente a otros escenarios más urbanos. “¿Qué he perdido? A lo mejor la mente más abierta que puede haber en las ciudades -reflexiona en voz alta-. Pero he ganado en estabilidad personal, en valorarme como persona, no dejarme llevar, luchar. A lo mejor si hubiera crecido en un sitio en el que no hubiera tenido que luchar hubiera sido una persona más acomodada”, asegura.

Desde los once años, Irene Jiménez siempre tuvo claro que quería estudiar Psicología, una formación que le ha ayudado en su forma de entender el mundo, según reconoce. “Sobre todo a corregir ciertas cosas de mi conducta como la ansiedad que me generaban ciertas situaciones -responde-. Y también me ha ayudado a entender un poco el pensamiento de los demás, y a ayudar. Yo siempre quería Psicología porque quería ayudar a las personas, quería aportar lo que a mí me aportaron”.

La decisión conllevó superar dos barreras importantes en su vida; asumir la dependencia del bastón y sortear las dificultades de la falta de transporte público en una provincia siempre quejosa de sus comunicaciones. En plena adolescencia, Irene se resistía a coger el bastón “un poco por culpa de los estereotipos del pueblo”, explica. En otras palabras, le daba vergüenza llevar el bastón para moverse por la calle. “Sí -reconoce ahora sin titubeos-, pero sigo teniendo, sobre todo aquí en el pueblo, esa cosa de que a pesar de que tengo 32 años y llevan 32 años viéndome todavía les sorprende. ¿Pues si me llamáis ciega, lo normal es que lleve bastón, ¿no? Pues todavía sigue sorprendiendo un poco”, se lamenta.

Como en el caso de Marta Chacón, la madre de Irene, Cati Guijarro, también fue decisiva en la logística para permitir que Irene pudiera ir todos los días a clase, a la Universidad de Jaén, a 25 kilómetros desde casa, durante cuatro años seguidos.

Aunque Cati no se siente ninguna heroína por haber sacado adelante a sus dos hijas, junto a su marido, en su pueblo, siendo las dos ciegas. “Bueno, en principio muy duro, como cualquier persona que le toca una cosa de estas y que no te la esperas. Pero ya con el tiempo, poco a poco fui viendo que entre comillas no era para tanto y que iban desarrollándose su vida normalmente, con los clásicos problemas de los pueblos, pero por lo demás bien”.

Se refiere Cati a los comentarios de lástima hacia sus hijas que ha tenido que soportar durante tantos años. “Yo con lástima no voy a ningún sitio -proclama en tono más reivindicativo-. Cuando eran pequeñas a mi madre la llegaron a decir que mejor que se las llevara el Señor. Son mentes muy cerradas, gente muy mayor y que te hacen mucho daño”, admite sin rencor aparente.

“Las mujeres tenemos que ser fuertes y luchar”

Jiménez piensa que las mujeres rurales con discapacidad siguen teniendo que demostrar más que el resto. “De hecho aquí una mujer sigue estando juzgada. Un claro ejemplo; tú eres un hombre, padre de familia, y tienes que irte a trabajar fuera, y está bien contemplado. Tiene que irse a trabajar fuera porque tiene que cuidar de su familia, tiene que darle sustento. Tú eres mujer, madre de familia y tienes que irte fuera a trabajar y te juzgan porque has abandonado a tu hijo y no es lo mismo”, lamenta.

Aún así reconoce que en Villargordo hay espacio para la esperanza con numerosos ejemplos de mujeres que emprenden y sacan sus proyectos adelante y anécdotas como que nadie haga feos ya, como ocurría hasta no hace mucho, a que una mujer vaya a tomar un café sola. “No somos un pueblo cerrado dentro de lo que cabe”, resume. Pero sí admite esa triple o cuádruple discriminación. “Sobre todo para encontrar trabajo, por eso tienes que irte si estudias y quieres trabajar”, matiza. De hecho, ni su hermana, ni ella trabajan en Villargordo. Irene Jiménez es consejera territorial de la ONCE en Andalucía, Ceuta y Melilla, y subdirectora de la Organización en Córdoba. Y Lidia vendedora de la ONCE en la capital jienense.

Tenía solo dos años cuando la ONCE entró de lleno en su vida. A esa edad ya tenía un maestro de apoyo. “Así hasta ahora que tengo 32 y la ONCE sigue apoyándome”, resume gráficamente. Su madre corrobora. “Si la ONCE no le hubiera puesto los recursos que ha necesitado yo no sabría por dónde tirar”, reconoce Cati. Hasta tres alcaldes de distintos partidos políticos -recuerda- le ha costado conseguir que pusieran semáforos sonoros en su pueblo.

Cati es más generosa en su análisis y sí que siente que Irene ha llegado lejos. “Gracias a su esfuerzo”, matiza. “Estoy super orgullosa de las dos”, concluye. “Mi madre ha dado todo desde que nacimos y lo sigue dando”, subraya ahora la hija. “Mientras me necesiten y yo pueda, aquí estoy”, concluye Cati con un pellizco de emoción en sus ojos.

La madre de Irene también se posiciona claramente a favor de un feminismo bien entendido. Y lo explica. “El feminismo lo veo bien. El hembrismo no -aclara-. Son dos cosas distintas. Yo quiero para mi hija los mismos derechos que si tuviera un hijo. Sin más. No quiero que sean más que nadie. Pero tampoco menos. Que ni la mujer sea más que el hombre ni el hombre más que la mujer, que sea un ten con ten, un paralelismo”. 

Irene entre ramas de un olivo

"Una discapacidad no te hace menos capaz", reivindica Irene Jiménez 

A su juicio el feminismo en el medio rural solo puede ejercerse de una manera. “Luchando y haciéndonos visibles cada vez más. No solamente los días que nos señalan, sino en los 365 días del año. Luchando por tener ese puesto en la sociedad y por demostrar que la mujer es igual de válida que el hombre. Al final, si no te haces notar, no van a saber que estás ahí”. Por eso cree importante seguir insistiendo. “Que no se deje esa lucha porque todavía hay gente que no se la cree y todavía piensa que nos queremos sentir superiores y no. Lo único que queremos es sentirnos iguales y que nos hagan sentir iguales”, reclama. Irene no reconoce que haya llegado lejos en sus propósitos y en sus metas en la vida. “Siento que todavía me queda camino por recorrer”, asegura. “He conseguido objetivos, pero hay peldaños que seguir subiendo”.

Ya en un terreno más personal reconoce también que lo de ligar en el pueblo, dadas las circunstancias, ha resultado otra barrera por derribar. “Muy mal -admite entre risas-. De hecho, mi pareja no es de aquí. Vivía a 75 kilómetros de aquí, lo conocí a través de las redes y ya llevamos 16 años juntos”, comenta visiblemente orgullosa. Los dos son padres de Marina que cumplirá 5 añitos el próximo 19 de marzo.

A las mujeres que quieran emprender en los pueblos, Irene les pide que no tengan miedo y no se dejen guiar por la gente que no es valiente. “Se intenta. Que sale bien, estupendo, que sale mal, por lo menos que no se queden con las ganas de haberlo intentado. Puede pasar en un pueblo o en una ciudad, pero si no lo intentas no lo vas a conseguir”. Y opina que la educación es la mejor herramienta para empoderar a las mujeres en el medio rural.

“Yo tengo una hija y estoy tratando de que ella acepte dos cosas en su vida. Que la discapacidad no te hace diferente al resto dentro de lo que cabe. Y que las mujeres tenemos que ser fuertes, tenemos que luchar y conseguir lo que queremos sin que nos pongan límites. Que sea lo que sea lo que quieras hacer, que no sea porque otros te dejen guiar, sino porque tú te guías”.  Su recomendación final, en vísperas de otro 8M, es una síntesis de todo su pensamiento. “Luchar y no dejarse atrás. Que una discapacidad no te hace menos capaz, te hace hacer las cosas de manera diferente, pero al final las vas a conseguir igual”, concluye. 

| LUIS GRESA

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