Una lucha de Orgullo y superación

BOLETÍN 198 JUNIO 2025

Reportaje sobre Álvaro Tapia y su lucha de superación personal

Álvaro Tapia, vendedor de la ONCE en Arroyo de la Miel, afronta un proceso de dura rehabilitación tras vencer un pulso a la muerte

Álvaro Tapia, vendedor de la ONCE en Arroyo de la Miel (Málaga), pelea a diario por combatir una enfermedad que le afecta a todo el cuerpo. Después de dos semanas en coma y siete meses de rehabilitación en el Hospital de Parapléjicos de Toledo se enfrenta a diario a un exigente plan de entrenamiento para evitar un deterioro que resulte irreversible. La suya es una historia de fuerza, amor y coraje, pero, sobre todo, una lucha de Orgullo y superación.

El primer recuerdo que le viene de la infancia es tirando un papel al suelo y su padre cogiéndole por los pies boca abajo para que lo recogiera. Y no lo cogió. Fue, quizá, su primer gesto de rebeldía. Tendría cuatro añitos. Álvaro Tapia (La Línea de la Concepción, Cádiz, 1988) vivió sus primeros cinco años en su ciudad natal, pero pronto se marcharía a Estepona donde creció como adolescente. De pequeño no coincidía mucho con los niños de su entorno. No pensaba exactamente igual. Le excluían. Era más sensible, más emocional. Algo en su interior le empujaba a ayudar a los demás como fuera cuando lo necesitaban. “Iba de cabeza”, asegura.

No fue un niño de muchos amigos. Un círculo vicioso, daba, se entregaba y no recibía. Así que esa forma de ser y sentir acabó apartándolo del estándar social hasta que encontró en el deporte su principal sostén, su fuente de inspiración. Primero fútbol, claro, pero, enseguida, las artes marciales que acabarían convirtiéndose en su verdadera pasión desde los 9 años. Comenzó con Kick boxing y Capoeira. “No, la pelea no me gustaba para nada, soy antiguerras, anti peleas, anti discusión. Me gustaba la educación y lo que te inculcan las artes marciales que es el respeto y la constancia”, aclara. “En el fútbol no hay tanta limpieza como en las artes marciales y a mí me ayudó mucho a aceptarme a mí mismo y a no sentirme débil”, confiesa.

Nunca lo fue. Álvaro ha sido un guerrero desde que tenía uso de razón. Un batallador nato. Ser tan sensible y sentimental le llevo a recibir algún que otro empujón, que respondía llorando, no con un contraataque. Pero a eso no le llama bullying. “Siempre acabas teniendo más inseguridades. Los niños en el colegio, en el instituto, son bastante malos y van a hacer daño sin quererlo”, comenta sin darle mayor importancia. Reaccionar, reaccionaba solo cuando tenía que salir en defensa de quien hoy es uno de sus mejores amigos, Giovanni, un chico más femenino en las formas que, ese sí, sufrió bullying. Y ahí Ávaro, de aspecto mucho más fuerte y corpulento, se metía en medio para protegerlo de los primeros ataques homófobos que aparecen en su vida.

Ya en el instituto Álvaro tiene clara “más o menos” su orientación sexual. “Nunca la he tenido clara la verdad, porque esto va cambiando y va rotando -comenta con naturalidad-. Al fin y al cabo, enamorarte te enamoras de la persona y no necesariamente tiene que inmiscuir el sexo de la otra persona. Simplemente enamorarte puede ser en cualquier momento. Pero sí que es verdad que me empezaron a gustar los chicos y tuve una etapa de bisexualidad, que estuve con una chica y tal. Y luego ya pues me decanté más por estar con chicos”. 

Álvaro entrenando en el gimnasio

De pequeño, Álvaro Tapia siempre se ha sentido un niño más sensible y diferente al resto | Reportaje gráfico: Alex Zea

De Estepona a Madrid, buscando nuevos horizontes, siempre queriendo evolucionar, Londres después -una ciudad que no le atrapó por su impersonalidad- y Bruselas en trabajos de hostelería y comercio hasta aterrizar con 22 años en los Países Bajos, en este caso, por amor. Allí quedaron las artes marciales para formarse como instructor deportivo y comenzó una nueva vida que se mantendría durante nueve años entre Zoetermeer y, sobre todo, Ámsterdam, una ciudad en la que a nadie tienes que explicar con quién te acuestas ni con quien te levantas.

“Es un país maravilloso, super abierto, allí no necesitas tener una etiqueta, ni necesitas decir que eres gay, no necesitas nada. La libertad allí es increíble, incluso gente que no son del LGTBI te aceptan, es maravilloso”, recuerda. En Ámsterdam se formó como preparador físico y se dedicó al 100 por 100 en el deporte, trabajando en un gimnasio concertado con un hospital para la rehabilitación de pacientes de diversas patologías, una trayectoria laboral que le serviría después para afrontar el duro golpe que la vida le estaba aguardando.

En uno de los controles rutinarios de una de las empresas holandesas en las que trabajó se confirmó su TDH, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad, que le había venido acompañando sin saberlo hasta entonces. “Me ayudó bastante a comprenderme a mí mismo y la forma de pensar y actuar. Al principio me condicionó porque no sabía el por qué. Yo tenía tanto estímulo de hacer muchísimas cosas diferentes al mismo tiempo que me costaba terminarlas -explica acelerado-. Era muy bueno en todo y lo hacía todo, pero nunca acababa nada y eso siempre ha sido mi gran problema. Hay pros y contras -relata-. La mente TDH es un ser superhumano. Lo único que necesita es aceptarlo y utilizarlo bien en a tu favor”. Él lo sigue intentando. “Lo hago desde que aprendí más o menos. Y sí, puedo hacerlo”, confirma seguro.

Ya de vuelta ya en Andalucía, año 2019, eligió Torremolinos, donde conoció a su actual pareja, Chema López, profesor de Historia en un instituto de Secundaria. En la cuna de los derechos LGTBI en España continuó abriéndose hueco en el campo de la rehabilitación deportiva una vez solventado el tormentoso trámite de la convalidación de títulos entre países de la misma Unión Europea. Y justo cuando empezaba a conseguir su clientela como entrenador personal, a consolidar su relación y su estabilidad, con una casa ya comprada y en construcción, la vida marcó su punto de inflexión impredecible.

Al borde de la muerte

Álvaro entrenado con una pelota

"Las artes marciales inculcan respeto y constancia", afirma Álvaro

De repente, un dolor de vejiga paraliza todo su cuerpo. Le fallan las piernas, apenas puede moverse. Tampoco puede hablar. “Fui bastantes veces al médico, me dieron un diagnóstico erróneo porque no sabían lo que tenía y me mandaron a casa con distintas medicaciones. Me sentía peor, mi pareja llamó al hospital y nos negaron la ambulancia porque decían que tenía que esperar a que el tratamiento respondiera. Y en ese transcurso de tiempo yo ahí ya no recuerdo nada porque entré en coma”, explica detalladamente. La ambulancia llegó sin UCI y solo con una silla de ruedas.  “Yo estaba muriéndome de camino al hospital. Cuando llegué tenía un fallo del páncreas, hígado, intestino, todo mi cuerpo. Lo único que tuve suerte que no hubo un fallo pulmonar, ni del corazón”, sigue contando sin inmutarse. “También hubo fallo cerebral, una inflamación muy grande en el cerebro y me dieron todos los medicamentos posibles de corticoides, antibióticos y tal. A mi pareja le dieron mi ropa y mis piercings, que yo tenía antes más piercings, y le dijeron que posiblemente no pasara de esa noche”.

Dos semanas después abrió los ojos, pero no reconoció ni a su madre ni a su pareja. Con el paso de los días, al primero que identificó fue a Chema. “El momento más duro fue cuando me dieron una bolsa con su ropa y me dijeron que no sabían lo que iba a pasar. Los primeros días fueron terribles -admite su pareja-. Ha sido una experiencia muy dura. Muy dura -repite-. Cambió todo, nuestra forma de ver y entender la vida. Ni siquiera sabíamos si iba a poder andar. Cambió completamente todo, de tener una vida más o menos bien a no saber cómo íbamos a acabar, ni siquiera si iba a salir adelante, fue muy duro”.

Álvaro sorprendió a los profesionales del Hospital Clínico de Málaga y el de Parapléjicos de Toledo por su afán de superación permanente 

Eran los momentos agudos de la pandemia y los que lo hacían, entraban en la habitación con bata, gorro y mascarilla. “Reconocí sus gafas y le dije amor o algo así”, dice con un punto de brillo en los ojos. A partir de ahí, muy poco a poco, fue recuperando la conciencia, pero seguía sin apenas poder hablar ni moverse.

“A lo mejor yo pensaba en una zanahoria y decía yogur. Mi cerebro estuvo bastante tiempo inflamado y había daño cerebral que pensaban que no lo iba a recuperar”, explica. Por aquel entonces solo podía mover y con mucha dificultad, el cuello. Aunque su experiencia como preparador físico guió y ayudó en todo momento su proceso de adaptación a la nueva realidad. Y pronto pediría la Nintendo para estimular su cerebro. Sabía que debía estimularlo. A las pocas semanas recuperó la mano derecha y empezó a pedir material deportivo que le iba a ayudar en su recuperación, como elásticos o pesas. Por entonces solo movía el pecho y un brazo. Así empezó una muy lenta evolución que le mantendría dos meses y medio ingresado en el Hospital Clínico de Málaga hasta que le trasladaron al Hospital Nacional de Parapléjicos en Toledo, donde permaneció siete meses sometido a una rehabilitación fuera de serie.

Álvaro fue consciente del riesgo que corría, pero no dejó que esa situación le afectara en su meta. “Sabía que si me dejaba afectar y entraba en un agujero oscuro de depresión no me iba a recuperar -reconoce-. Y más con el diagnóstico que tenía, que era estar en una silla de ruedas porque tenía dos cicatrices en la médula espinal por la inflamación. Sabía bien el riesgo, podría haber muerto, me podía haber quedado peor, pero nunca he dejado que me afectara y seguí adelante con el deporte intentando levantarme temprano todos los días para meditar y estimular mi sistema nervioso”. Al dedicarse a la rehabilitación conocía perfectamente qué pasos dar en cada momento. “Los médicos no me ayudaban en absoluto -se queja-. No sabían nada de lo que estaba pasando”, sentencia.

Diagnóstico oficial, encefalomielitis aguda diseminada, una enfermedad inflamatoria poco común que afecta al sistema nervioso central. En su caso, causada, al parecer, por una de las vacunas de la COVID. Solo “al parecer” porque nunca fue confirmado oficialmente. “Me lo han dicho, pero no lo quieren ni demostrar ni decir. Sabemos perfectamente que toda vacuna tiene un porcentaje de riesgo de que te pueda pasar cualquier cosa. Son reacciones. A mí me acababan de poner la vacuna del COVID”, recuerda. “No es una enfermedad rara, pero es una patología que se da en un 1,8 por ciento de los adultos”, subraya. Hasta entonces Álvaro había llevado una vida sana y sin ningún problema de salud mínimamente serio.

Todo es actitud

Álvaro con su entrenador

Miguel Ángel Díaz, entrenador de Álvaro, considera que es "todo un ejemplo de superación"

Todo en él es actitud. “Lo es todo -aclara-. Si tú tienes una actitud negativa, nunca vas a salir de los problemas. Siempre vas a volver a la negatividad. No te digo que no haya tenido altibajos en esto, pero siempre hay que intentar tener la actitud lo más positiva posible, seguir adelante con lo que está pasando en el momento y querer avanzar un poquito más. Si no tienes esa actitud -subraya-, es bastante complicado salir de cualquier problema, ya sea una discapacidad o enfermedades”.

Así que, con esa forma de entender la vida, Álvaro no pensó nunca en tirar la toalla. El pronóstico amenazaba con acabar en una silla de ruedas y su respuesta fue siempre la misma; “Yo voy a andar, yo voy a caminar”, se decía.

De la habitación del Clínico malagueño pasó directamente a otra del hospital referente de parapléjicos en España sin pasar por casa. Era joven, deportista y tenía todas las propiedades y probabilidades para seguir avanzando. La experiencia en Toledo resultó, dice, “maravillosa”. “Allí todo está adaptado para una persona que tiene una discapacidad y que tiene que aprender a vivir en una silla de ruedas. Desde el personal, los auxiliares hasta los celadores, fisioterapeutas, los entrenadores son todos maravillosos, te apoyan en cada momento y te hacen seguir adelante -explica-, pero evidentemente también estás allí en una burbuja y cuando sales te pegas una hostia”. 

De todo el proceso de rehabilitación lo que le resultó más duro fue lo emocional, estar lejos de su pareja. “Lo llevaba muy mal -reconoce sin reservas-. De hecho, yo salí antes del hospital. Ellos querían que saliera más o menos en junio y salí el 29 de abril. Empujé un poco para que me mandaran a casa, porque lo echaba muchísimo de menos. Solo venía cuando podía, lo veía cada x tiempo, pero pasar el tiempo fuera lejos de amigos y familiares es bastante duro”, admite. De inmediato recuerda el momento en que se presentaron cinco amigos en la habitación o el que Chema le llevó a su perrita Eevee, como el Pokémon, días en los que se sintió -dice ahora- “la persona más feliz del mundo”.

Chema confiesa que se enamoró de Álvaro por sus ojos y su vitalidad y reconoce que no sabe de dónde sacó tanta fuerza para superar este proceso y conseguir pequeñas metas cada día. “Tuvo una vitalidad impresionante”, concluye. “Nunca tiró la toalla, pero hubiera entendido que la tirara porque vi a muchas personas que abandonaban a sus parejas, mujeres con niños, por la presión. Entendí que gente pudiese tirarla”.

Por dura que resultó la experiencia de Toledo al final acabó siendo toda una lección de vida. “Aprendí a ser más constante -confiesa-, que para conseguir algo hay que luchar, hay que ser positivo y hay que seguir adelante. Siempre lo he tenido presente pero ahora he tenido que reforzarlo”.

Su enfermedad desencadena brotes y le exige un esfuerzo adicional constante, un entrenamiento de dos horas diarias, mínimo hora y media, para evitar que se atrofie el cuerpo. El riesgo a una silla de ruedas está ahí siempre. “Eso es lo que me ha hecho avanzar, nunca la he rechazado por supuesto, pero, al mismo tiempo, sí he querido caminar y seguir adelante. No quiero volver a la silla de ruedas y lucharé deportiva y físicamente para no volver. Y si tengo que volver y hay atraso, pues intentaré salir otra vez”, promete con seguridad. 

Desde que salió de Toledo, el dolor forma ya parte de su vida, se ha acostumbrado. Un dolor permanente en el tórax, que va desde el pecho hasta las piernas, crónico, las 24 horas. Y por muy doloroso que resulte, prefiere refugiarse en el deporte antes que recurrir a la morfina diaria como le aconsejan. Es lo que hace que, hoy en día, pueda andar y llevar una vida más o menos normal. Los lunes, miércoles, jueves y viernes acude al All4One donde realiza un programa personalizado y el resto de la semana lo complementa con ejercicios en el gimnasio instalado en su casa.

Miguel Ángel Díaz conoce bien su historial porque lleva siendo su entrenador desde que comenzara con estas disciplinas en 2019. Lo primero que hizo con Álvaro, después de que todo se precipitara al abismo, fue la propiocepción, desarrollar un sentido que permite al cuerpo percibir la posición y el movimiento de las partes del cuerpo en el espacio, incluso sin la ayuda de la vista, y, a continuación, hacerle sentir y despertar su musculatura “que con lo que le había pasado era imposible, aunque lo fue consiguiendo rápidamente”, explica en un receso del entrenamiento. “Luego empezamos a trabajar la fuerza y nos quedamos asombrados porque empezó a coger bastante fuerza y después le fuimos dando intensidad. Era algo que era impensable al principio y lo hemos conseguido. Y ahora mismo hace un entrenamiento como cualquier persona, trabajamos mucha movilidad, equilibrios, fuerza, propiocepción, metabólicos con intensidad, y aquí estamos haciendo esos trabajos como uno más”.

Carmen Podadera fue la enfermera que más tiempo pasó con él en las horas y días más críticos en la UCI del Clínico de Málaga. Ya se conocían del gimnasio donde entrenan. “Cuesta creerlo cuando no lo conoces -afirma-. Yo lo vi el día que ingresó en UCI y no lo reconocí cuando llegó. Cuesta creer cuando ves a alguien en su situación que vaya a recuperarse, no hablaba, no podía moverse, pero cuando conoces un poco a Álvaro te das cuenta de que no va a rendirse. Cuando lo ves en la habitación del hospital haciendo él mismo su propia rehabilitación, esforzándose cada día por hacer un poco más que el día anterior, te das cuenta de que lo va a conseguir. Seguro que tendrá días malos -advierte-, pero él ha sabido superarlos y ha podido hacer cosas que eran inimaginables cuando has visto su enfermedad desde el principio. Está trabajando, ha vuelto a entrenar. Para mí es todo un ejemplo de superación la verdad”.

La ONCE, un objetivo en la vida

Primer plano de Álvaro con su chaleco de vendedor de la ONCE

Álvaro vende en Arroyo de la Miel y reconoce que la ONCE le ha ayudado a seguir adelante

De vuelta a la vida real, asumidos todos los problemas de movilidad y con el certificado de invalidez, consciente de que su trayectoria laboral en los gimnasios ha concluido, Álvaro entra en contacto a través de una amiga con el portal Por Talento. Es la plataforma de gestión de empleo para personas con discapacidad de Fundación ONCE, que lleva por bandera un lema que constituye la esencia de su identidad: No te rindas nunca.

“Siendo tan nervioso, tan movido, aquí en mi casa todos los días sin poder salir me moría”, comenta. Pocos pueden presumir en su currículum de hablar cuatro idiomas -inglés, holandés, chapurrea alemán y está aprendiendo japonés-, un perfil muy adecuado para la Costa del Sol, centro neurálgico del sector turístico andaluz. Aunque la primera puerta que se abrió fue trabajar como vendedor de la ONCE. “Me chocó un poco al principio -confiesa-. Era como aceptar también mi propia discapacidad. Entonces fue un poco duro al principio, me costaba dar el paso de estar vendiendo lotería. Era como decir, tengo una discapacidad y estoy dejando ver que tengo una discapacidad a todo el mundo”, reconoce.

Aún hoy, un año después, sigue trabajando en asumir públicamente su discapacidad. “También es que soy una persona muy curiosa y siempre quiero hacer algo más -argumenta-. A mí me encantaría seguir ayudando a gente como ayudaba antes. Entonces eso para mí es un bloqueo porque sí, estoy ayudando a gente, reparto ilusión, y también ayudo a muchísima gente que tiene problemas y a lo mejor no sabe cómo afrontarlos. Te los cuentan y tú puedes darle un pequeño consejo, sin entrar demasiado en su vida personal. Y sí que ayudas a gente, pero, al fin y al cabo, esa es la lucha que tengo contra mí mismo, que quiero hacer algo más para ayudar a la gente, aunque estoy más limitado para hacer cosas y sigo luchando contra esa aceptación. Eso nunca se pierde”.

En el fondo él sí ha aceptado e interiorizado su discapacidad. Pero su forma de ser, ese niño inquieto que lleva dentro, le empuja siempre a no quedarse inmóvil, a seguir avanzando. “No aceptar que ya no puedo hacer más nada no me lo voy a consentir a mí mismo -proclama-. Sigo queriendo crecer como persona, como deportista y como todo. Quiero seguir haciendo cosas”. Álvaro Tapia es vendedor de la ONCE en Arrollo de la Miel, y en un año se ha ganado una clientela muy fiel. Otro centinela de la ilusión que suma el cariño de muchos clientes por la conexión que genera. “No te puedes imaginar la de gente que te cuenta sus problemas y quieren que alguien los escuche -comenta-. Creo que hay muchísima gente mayor que no tiene nadie con quien hablar y encuentran en nosotros una persona donde apoyarse. Y eso está bastante bien”. 

Esa realidad común entre los vendedores de la ONCE revela también el papel social que ejercen en un tiempo tan marcado por la soledad no deseada. A su juicio, la clave para ser un buen vendedor de la ONCE pasa precisamente por escuchar. “Empatizar con la gente, que te acepten y formes parte de su círculo diario -sostiene-. Vas a vender más sin quererlo, te conviertes en un gran vendedor ayudando a otra gente”.

Álvaro admite que antes de entrar en la ONCE se sentía perdido y ahora asegura haber encontrado sentido a su vida. “Yo estaba en mi casa con problemas en las piernas, me costaba salir. Y el trabajo en la ONCE me ha hecho volver a salir a la calle, estar ocupado, tener un nuevo objetivo en la vida. Porque hubo un momento en que evidentemente no sabía qué hacer con mi vida. Yo soy deportista de toda la vida desde que me recuerdo y es lo que he mejorado y el no poder hacerlo profesionalmente para mí era que se me cerrara una puerta en la cara de lo que quiero hacer y lo que amo hacer. Entonces la ONCE me dio poder valorar otra vez eso, el tener un objetivo en la vida y el seguir adelante”. 

También la puerta de los paralímpicos se abrió, incluso ganó un oro por equipos con Toledo en pressbanca para la selección, pero su recuperación, asombrosa para muchos, le ha apartado de esa carrera. “No puedo hacer ni una cosa ni otra -se lamenta-. Sí que puedo hacer deporte adaptado. Si el crossfit crece y va evolucionando como está evolucionando ahora en estos tiempos sí que habrá un crossfit adaptado. Ya lo hay para gente que tiene una pierna amputada, un brazo amputado, pero no para gente que tiene discapacidad en el sentido de movilidad”, comenta.

Una búsqueda permanente

Álvaro y su pareja Chema

Álvaro y Chema han superado juntos este pulso que les ha echado la vida

Es junio, mes del Orgullo por excelencia, y Álvaro Tapia espera participar de nuevo en las celebraciones que prepara Torremolinos. Nunca necesitó salir del armario para proclamar su libertad sexual. “Cuando se lo dije a mi madre, se partía el culo porque ella me había aceptado desde el principio. Y nunca he tenido que salir del armario porque nunca me lo han pedido tampoco. Yo empecé a tener una serie de amigos en el que evidentemente había chicas que salían con chicas, chicos que salían con chicos, fue todo normal y nunca ha tenido que explicar a nadie nada. Un día iba con mi hermano en el coche y le dije, mira que me gustan los chicos, y me dijo; ¿Y a mí qué?”. Con su padre no resultó tan fácil. “Le costó bastante más -admite-. Tuvimos una etapa regular pero después se dio cuenta de que perder a un hijo por una tontería tan grande era más duro que aceptar que era homosexual. Y él mismo se cambió y me aceptó directamente”.

A su juicio, en el mundo deportivo cuesta tanto salir del armario porque sigue pesando el precio de la fama, sobre todo en los hombres. “Que sean ellos mismos, que no merece la pena ocultarse y vivir una mentira”, les recomienda. Tapia percibe claras señales de retroceso en el ámbito de los derechos del colectivo LGTBIQ+. “Estamos en un tiempo que nos estamos globalizando y estamos juntando muchísimas culturas que están más atrasadas que, por ejemplo, la española, que tenemos bastantes libertades, y eso hace que haya un retroceso, en los colegios se ve todos los días”.  

En este tiempo en el que la vida les ha puesto a prueba como pareja, Chema ha descubierto algo nuevo de Álvaro. “No sabía que tenía tanta fuerza interior. Es una persona con mucha vitalidad y a la vez muy tranquila. Me sorprendió no solo la vitalidad sino la fuerza”, dice orgulloso. “Y ahora vivimos mucho más el día a día que antes, que la vida se nos va y no nos damos cuenta”.

Vista la evolución que ha tenido, su entrenador también confía plenamente en sus posibilidades.¿El proceso? Me va a costar no emocionarme”, dice Miguel Ángel Díaz a punto de hacerlo. Cuando empezó todo lo malo que pasó en el hospital ya tenía claro que iba a salir de ahí, que iba a andar, a entrenar y a ser el que era. Y así ha sido. Se me ponen los bellos de punta -admite con otro punto de orgullo interior-. Al principio era muy difícil porque daba miedo verlo. Decía, se va a caer. De hecho, a veces se nos ha caído, pero lo que más hemos admirado de él son las ganas que ha tenido. Esto lo voy a hacer, lo supero. El proceso ha sido de alguien que se iba a caer a verlo ahora subiendo cuerdas, haciendo trabajo de fuerza, corre, salta, es increíble, una admiración total porque el trabajo que está haciendo es admirable”, acaba diciendo.

Decía el ex presidente de Uruguay, José Mújica, fallecido el pasado mes de mayo, que triunfar en la vida no es ganar. “Triunfar en la vida es levantarse y volver a empezar cada vez que uno se cae”. Así lo dijo en una de sus últimas apariciones públicas en un tono de legado a la Humanidad. Álvaro Tapia lo sabe bien. Su experiencia, su esfuerzo, su coraje, el amor por su pareja, la ilusión por su trabajo le lleva a continuar cada día con su tabla de ejercicios, con su dolor y vitalidad, “a seguir luchando para mejorar mi físico y crecer dentro de esta empresa. Ese es mi gol y a ayudar a otra gente dentro de la ONCE", concluye. “Sigo buscándome, siempre hay que seguir evolucionando, coger la mejor parte de ti y que crezca un poquito más”.

 ¿Diría que el Álvaro de hoy es mejor que el Álvaro de antes de lo que pasó? 

No es mejor, simplemente tiene más experiencia y eso es lo que te hace ser como eres. No cometes los mismos errores y valoras más cosas que antes no valorabas. Al fin y al cabo, es una evolución constante. 

¿Por lo tanto es mejor? 

Posiblemente -se ríe-. 

| LUIS GRESA

Publicador de contenidos

GRUPO SOCIAL ONCE
ILUNION

Visualización del menú

Enlaces de Utilidad

Publicador de contenidos