FIRMA INVITADA: Belén Zurbano, profesora de Periodismo de la Universidad de Sevilla
Vidas que merezcan la alegría de ser vividas
Siempre es necesario empezar por un concepto para cambiar el mundo. Y es necesario cambiar el mundo para poder habitarlo y sostenerlo. Que continúe para otras y otros igual o mejor que como lo recibimos. Al igual que la bandera por la libertad, la tan manoseada ya “igualdad” no solo ha venido para quedarse, sino que tiene como objetivo subvertir el orden establecido.
Lejos de parecernos esto radical o peligroso, yo invito a que realicemos una lectura emancipadora de los cambios y, especialmente, de este. La igualdad, entendida desde una óptica de diversidad y sororidad, debe aportar luz a un camino que no estamos recorriendo hombres y mujeres ni desde el mismo punto de partida ni con las mismas condiciones ni garantías. Incluso, en ocasiones, ni siquiera bajo los mismos derechos.
Un camino que las mujeres hemos transitado en riesgo. Riesgo de no ser entendidas, de ser censuradas, de ser agredidas, de estar solas, de la compañía no elegida, de no gustar, de parir, de malparir[1] e incluso, no poder hacerlo. Hemos transitado caminos en riesgo y lo hemos hecho desde el miedo y la autoprotección, individual y colectiva. Al final, siempre nosotras: hermana, aquí está tu manada.
Pero no es sobrevivir lo que esperamos de un estado de derecho ni de una autodenominada democracia avanzada. De ella esperamos unas condiciones de vida y un marco de protección de las vidas que no solo permita vivirlas sino que merezca la alegría vivirlas[2].
Son muchos los elementos que intervienen para promover estos cambios estructurales, desde instituciones a personas individuales. Si hubiera que destacar una profesión que ha influido claramente en el avance de nuestros derechos, de los derechos de las mujeres, esta sería sin duda el periodismo. Sobre todo, en lo que a violencias de género se refiere. El Instituto Andaluz de la Mujer fue el primer organismo en el estado español que publicó una guía para reflexionar y también orientar sobre el tratamiento de las violencias en los medios. Lo hizo en 1999 a raíz del asesinato de Ana Orantes quien había denunciado una vida de vejaciones y agresiones en un programa de Canal Sur, la televisión pública andaluza. Desde entonces, la profesión periodística, de mano de las instituciones públicas y de las organizaciones feministas, no ha cesado de preguntarse cómo hacerlo para hacerlo bien. Cómo informar sin generar miedo ni dar pábulo, cómo hacerlo sin (re)victimizar, cómo hacerlo para sensibilizar sin dramatizar, cómo ejercer para que informar se convierta en una herramienta de erradicación de la violencia.
Hace pocas semanas, María Sánchez Ramos, Aurora Edo Ibáñez y servidora hemos publicado Tratamiento ético de la violencia de género en los medios, un libro en el que recorremos las vicisitudes, las idas y las venidas del abordaje mediático de las violencias contra las mujeres. Desde la ingenuidad de creer que solo con visibilizar las violencias domésticas era suficiente, a la fiera lucha lingüística y política contra el término “violencia de género”, pasando por las más minoritarias recomendaciones de informar como medida de prevención de nombres y apellidos de los agresores.
Y después del análisis realizado acerca de las recomendaciones que existen sobre este tema para elaborar esta obra hemos reparado en que existe una cuestión que no tratan y que, además, no hemos desarrollado lo suficientemente tampoco en el ámbito académico. Se trata de la situación de las mujeres con discapacidad. ¿Qué pasa cuando son ellas las violentadas? ¿Cómo nos enfrentamos a sus relatos, sus experiencias, sus identidades? Esto va desde los términos que empleamos a cómo nos relacionamos con ellas como fuentes. ¿Hemos reflexionado lo suficiente en el Periodismo y en la Academia, sobre el capacitismo con el que avanzamos en nombre de todas?
En un mes como hoy, aunque bien podríamos hacerlo todos los meses del año, es necesario retomar la idea de lo colectivo para reconocer la necesidad de seguir tejiendo red entre universidad, tercer sector y periodismo. Como ejemplo, este. Aún nos quedan muchas voces por incluir en los ya consolidados esfuerzos porque informar sea una forma de erradicar las violencias basadas en el género y de validar y visibilizar la resiliencia de las supervivientes
La igualdad como motor común de los feminismos ha venido para quedarse y hacer posible vidas mejores para las mujeres en las que de verdad estemos todas incluidas.
|Belén Zurbano Berenguer
Profesora de Periodismo de la Universidad de Sevilla
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