'Cuatro patas pa un banco' o el arte de vivir

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'Cuatro patas pa un banco', embrión de un nuevo grupo de fusión de pop rock flamenco

Tres malagueños y un belga -Curro Fernández, bajo, Sergio Molido, guitarra flamenca, María Gómez, cantante, y Oliver Laloux, percusión-, improvisan un grupo de pop rock con tintes flamencos que pone a prueba su talento para llegar no saben muy bien a dónde

Podrían ser la portada de un disco. O el nombre de uno de esos nuevos grupos de pop rock aflamencado que afloran en las listas de Spotify. Pero, de momento, ‘Cuatro patas pa un banco’ solo es una excusa para pasárselo bien. Al menos eso parece de entrada. Aunque, a medida que el ensayo avanza, aquello se va transformando en un lugar de encuentro para compartir talento, el de una voz, una percusión, una armónica, una guitarra flamenca y un bajo. Y, quien sabe, igual algo más. Porque cuando a Curro, Sergio, Oliver y María les da por improvisar, y dejan de versionar a otros, brota el artista que llevan dentro. Entonces ya, ‘Cuatro patas pa un banco’ deja de ser una quedada de amigos para convertirse en algo más, en algo parecido a una canción.

Francisco Javier Fernández Bustos, Curro, lo ha sido todo en la ONCE. Es ciego desde los 16 años. “Fue progresivo, muy rápido. A esa edad, donde todo es una tormenta, no te daba tiempo a adaptarte, aunque al final uno se adapta y tira para adelante”, explica. Desde pequeño le ha gustado la música. “Me gustaba hace ruido con cualquier instrumento, y si no había instrumento con cualquier cacharro”, dice con una sonrisa socarrona.

Curro Fernández con su bajo

Curro Fernández, bajo en el grupo, reconoce que se lo pasan muy bien tocando. "Hemos creado una amistad super interesante", afirma

Fue vendedor durante siete años en Córdoba, director en las Agencias de Fernán Núñez, Posadas y Pozoblanco y Lora del Río y vicepresidente del Consejo Territorial en Andalucía, Ceuta y Melilla durante cuatro años en su última etapa antes de jubilarse con 52. “Cualquier cosa que se haga en esta Casa es bonita y se aprende mucho en cualquier puesto -dice ahora-. Pero donde he disfrutado más posiblemente sea en el Consejo Territorial por ese contacto con nuestras personas. Además, tuve la suerte de formar parte de un equipo maravilloso. Fue la etapa más corta pero más gratificante”, reconoce.

Con la perspectiva que da el tiempo, Curro sigue valorando a la ONCE como una institución “importantísima”. “Si no existiera habría que crearla porque la labor que hace es impresionante, sobre todo cuando uno lo compara con lo que hay fuera de nuestro país -subraya-. Hace que te desarrolles como persona, que no te quedes aislado, que formes parte de la sociedad, que seas productivo. No nos lo creemos cuando lo decimos, pero de verdad que es algo único en el mundo”.

Viajar, la tecnología y la música son los pilares centrales en su vida. Lo han sido siempre y ahora con más razón que dispone de más tiempo libre. Con 21 años tenía ya un estudio de grabación y una empresa de publicidad. Le encanta Mark Knopfler y Rosendo que son dos estilos totalmente distintos. Aunque para él, la jubilación no ha supuesto un antes y un después. Si acaso, más de lo mismo, pero a mejor. Mantiene la misma inquietud, las mismas ganas de aprender, de saber, de disfrutar, de divertirse.  Ahora además es voluntario de la ONCE. “Es una manera de devolver lo que la Casa me ha dado desde que tenía 16 años”, afirma convencido. Y se viene arriba cada vez que coge el bajo después de tantos años sin tocar por el trabajo en la ONCE.

 

“Una buena manera de escaparse del mundo”

La idea surgió hace ahora un año. La entonces jefa de Unidad de Servicios Sociales de la ONCE en Málaga, Nerea Capacete, sugirió a la coordinadora de Animación y Deporte, María Gómez, que montara un grupo para actuar dentro del programa de actividades previstas para la Semana de la ONCE. Y María, que toca la guitarra y canta desde pequeña, pero sobre todo no se acobarda ante cualquier reto que se le ponga por delante, involucró a Curro, al monitor de los talleres de guitarra flamenca, Sergio Molido, y a Oliver, un belga “que toca cualquier cosa”, en el proyecto.

Oliver Laloux con el cajón

Al belga Oliver Laloux, percusión en el grupo, le gusta sobre todo la improvisación

Oliver Laloux nació ciego en Namur, una localidad a unos 60 kilómetros al sur de Bruselas. Estudió Marketing y trabajó en el mundo de la comunicación y la organización de eventos. Aburrido de estar todo el día detrás del portátil decidió cambiar de vida y se marchó a España, a Málaga, con su perra guía, Otis, para aprender español. Al principio un recorrido que Google Maps le marcara en 15 minutos se le convertía en hora y media, pero estaba feliz, por el sol, el clima, la ciudad, la gente, el mar. “Mi sueño era vivir cerca del mar. Tenemos solamente una vida y hay que aprovecharla que nunca se sabe lo que puede pasar”, cuenta en un español perfectamente reconocible.

A los siete años empezó a estudiar piano. Toca la armónica y la percusión, hace surf, esquí acuático, wakeboard, kayak, y cualquier otro deporte que tenga que ver con el agua, también esquí alpino y senderismo, mucho senderismo. Enseguida entró en contacto con la ONCE, aunque al no tener la nacionalidad española no puede ser afiliado, y poco a poco se ha hecho un hueco en la sede de Málaga, también como voluntario, donde ya se siente como uno más. “La verdad es que aquí es diferente. La ONCE hace un gran trabajo de sensibilización, hay más medios, tiene mucha influencia -destaca-. El problema de la discapacidad es que hay mucha gente que tiene miedo todavía a la diferencia y aquí quizá un poco menos gracias a la ONCE”.

Ahora vive a caballo entre Rincón de la Victoria, su residencia, y Bélgica donde acude al menos dos veces al mes. “Me gusta tocar e improvisar sobre todo”, dice antes de encontrarse con las otras tres patas del mismo banco. En los ensayos, Oliver escucha más que habla, observa con precisión cada movimiento, cada palabra de sus compañeros, antes de lanzarse a darle un punto canalla, entre jazzístico y flamenco, al ritmo de su cajón. Para él, la música es “una buena manera de escaparse del mundo”. Y lo explica. “La discapacidad visual da un poco de dificultad para hacer música porque es más complicado leer una partitura, pero en el mundo de la improvisación podemos hacerlo como cualquier otra persona. Tardamos más para hacer alguna cosa y todo eso, pero hay que ser paciente porque la música es como un idioma, que no hay fin, que se puede aprender toda la vida, y eso puede dar alguna frustración, pero también es un lado muy guay porque con 60 o 70 años podemos aprender cosas y mejorar. Y eso me gusta”, concluye orgulloso de poder expresarse a ese nivel en español.

 

“No hace falta ‘Zorra’ para dar visibilidad”

También a María Gómez la música le ha gustado desde pequeña. Tanto como el fútbol, su otra gran pasión. En 2019 se afilió a la ONCE por una retinosis pigmentaria y desde entonces coordina toda la actividad cultural y deportiva de la Organización en Málaga, Córdoba y Melilla. Es guitarra, percusión cuando Oliver elige la armónica, la voz del grupo. “Siempre he estado ligada a la música. Mis padres han cantado en coros, mi hermano empezó el Conservatorio y yo también entré, pero me creé unas expectativas que no se cumplieron y me centré en la percusión”. Sigue habitualmente programas como OT, y se declara fan de Pablo López, Manuel Carrasco o Dani Fernández, aunque no se decanta por ningún estilo en particular. De Zorra’, la canción de Nebulossa ganadora del Benidorm Fest que representará a España en Eurovisión de este año en Suecia, prefiere no hablar. “No creo que haga falta una canción así para darle visibilidad a algo”, zanja la respuesta. “Esa canción sí, da mucho espectáculo, pero al final en Eurovisión todo es politiqueo”, sostiene.

María Gómez con su guitarra

Para María Gómez, la voz de 'Cuatro patas pa un banco', cantar en público es "una explosión brutal de sentimientos"

Como el resto de sus compañeros, se viene arriba cuando le toca a ella. “No lo sufro, es verdad que no es lo que más me gusta, porque a mí lo que más me gusta es tocar instrumentos, pero bueno, al final soy la que canta. No me da vergüenza ni miedo y si me equivoco sigo para adelante”, afirma con desparpajo.

María reconoce que subir a un escenario, como han hecho ya, conlleva un subidón de adrenalina y un momento de nervios espantoso, reconoce. “Es un cúmulo de todo porque hay muchos nervios, pero también es emocionante cuando va gente que te conoce y tú ves la cara de emoción y de felicidad de ver que estás actuando. Entonces hay como una explosión brutal de sentimientos. Mucho miedo -resume-, nervios, pero a la vez ilusionante, es una experiencia bonita la verdad”.

A su juicio, la música aporta una inyección de estímulo para todas las personas con discapacidad. “Claro que lo recomiendo. Que lo intenten siempre, que, aunque el ser famoso es lo último, te hace disfrutar. Hay que intentarlo cueste lo que cueste siempre. Y si al final una persona disfruta el resto ya vendrá”, asegura.

El nombre de ‘Cuatro patas pa un banco’ lo inventó Sergio Molido, ‘El Kuko’, premio al toque de la Bienal Flamenca de la ONCE 2018. De las cuatro patas, su guitarra flamenca es la aportación con más experiencia en los escenarios. “Yo lo dije de broma, de cachondeo, dije una pila de nombres y al final dije yo, pues ‘Cuatro patas pa un banco’ porque aquí todo el mundo tenemos algo. Y dijeron ¡Venga! Y así nos estamos presentando en todos los sitios”, relata con la guitarra entre sus manos.

El Kuko con su guitarra

El Kuko aporta "una mijita de aire andaluz" a la formación con su toque flamenco

‘El Kuko’, vendedor de la ONCE en la barriada de Los Girasoles de Málaga desde 2002, aporta al grupo su mijita de aire andaluz, como dice él mismo. “Flamenquillo por decirlo de alguna manera porque no hacemos flamenco”, advierte. De hecho, esta aportación musical en el grupo se sale bastante de su trayectoria artística, pero se declara encantado de contribuir con “un poquito de mi cosita y darle ese aire andaluz flamenco al grupo”.

Ese cambio le exige esfuerzo y a la vez le permite comodidad. “Ambas cosas -admite-. En el flamenco tienes que tocar siempre bien cuadrado y aquí tienes más libertad y los ritmos son más sencillos. Nunca toco los cinco primeros minutos de un ensayo porque me cuesta engancharme un poquito, pero después me engancho y me resulta más fácil que el flamenco”.

 

“Nos echamos en falta”

Para él es también una vía de distracción importante después de una jornada de trabajo como vendedor en un quiosco de la barriada malagueña de Los Girasoles. “Nos lo pasamos muy bien y disfrutamos de la música que es nuestra gran afición”, asegura Sergio. Y lo recomienda vivamente. “Del tirón, la música te va a dar siempre una sorpresa, aunque parece que es difícil, pero la recompensa que te da la música en pocos ámbitos la puedes encontrar. Para mí es una vitamina, es mi analgésico”, afirma.

Todos disfrutan del camino más que de la meta, del proceso más que del resultado, sin prisas, ni presiones, exprimiendo y aprovechando al máximo el potencial que cada uno aporta al grupo.

“Somos muy malos, pero nos divertimos mucho”, aclara Curro con una humildad injustificada. “Nos juntamos, hacemos un poquito de ruido, pero sobre todo nos reímos y nos lo pasamos bien, hemos creado una amistad entre personas de distintas edades y distintas situaciones que me parece súper interesante”, explica. “Nos echamos de menos cada vez que falta alguno en los ensayos”.

Ensayo de los cuatro en la sede de la ONCE de Málaga

Los cuatro componentes del grupo aspiran a ganar el próximo Concurso Musical de ONCE Andalucía

“Vamos subiendo peldaños en la escalera y hasta donde lleguemos”, dice gráficamente María. En el último Concurso Musical de ONCE Andalucía quedaron los segundos en la categoría de grupos. “Si llegamos mucho más de lo que imaginamos, bien, no nos hemos puesto un techo, pero mientras tanto nos reímos un montón”.

Para la próxima Semana ONCE, que se celebrará del 13 al 19 de mayo en toda Andalucía, confían en tener repertorio suficiente para poder participar y, entre sus sueños, aspiran a lograr el primer premio de la nueva edición del Concurso Musical el próximo año. Pero, mientras tanto, ellos se ríen, se interrumpen, se corrigen, prueban, repiten, innovan, arriesgan. Hasta se sorprenden de lo que son capaces de crear. Y, de paso, viven.

| LUIS GRESA

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