Historia de una guitarra
La historia de Roman es distinta a la de los otros 134.000 refugiados ucranianos que han llegado a España huidos de la guerra de Putin desde el pasado mes de febrero. Todas lo son, tragedias humanas en busca de una vida en paz lejos de las bombas, pero la de Roman Zaiachkiuskyi es diferente. Hijo de padres ciegos, con una discapacidad visual grave, llegó a Málaga con su familia para escapar del horror. Pero lo hizo sin su guitarra, su principal razón de ser. Cuatro meses después, con la ayuda de la ONCE, Roman ha recuperado la ilusión, las clases de música, y un proyecto de vida que le llevará a conseguir este otoño, seguro, un trabajo en la ONCE, y, lo más importante para él, una nueva guitarra para continuar con sus estudios de guitarra clásica. Para continuar con su nueva vida. Esta es, efectivamente, la historia de una guitarra.
Lutsk es una de las ciudades más monumentales y antiguas de Ucrania. Se encuentra situada a la misma distancia de Kiev que de Varsovia, 400 kilómetros, cerca del triángulo de fronteras que une a Ucrania con Polonia y Bielorrusia. Cuando las bombas de Rusia empezaron a cercar la región de Óblast, de la que es capital, los padres de Roman, ciegos los dos, cogieron a sus dos hijos, el mayor con discapacidad visual, y la pequeña, sin discapacidad alguna, y cruzaron la frontera polaca. Allí encontraron el primer gesto de solidaridad europea, un empresario jerezano que había cruzado Europa con su coche, con otro amigo voluntario, para traerse a Andalucía alguna familia anónima de refugiados y se encontró con los Zaiachkiuskyi, tres personas con discapacidad severa y una menor. Fernando Cobacho, empresario de Jerez de la Frontera de LG Inversa Recycle Pallets, un fabricante de palets viejos y usados, invirtió cuatro días de autopistas en un viaje que no acabó en Cádiz, como pensaba, sino en Málaga, donde vive desde hace 20 años, María, la madre del padre de Roman.
El hotel Ilunion de la capital malagueña, situado en un enclave privilegiado frente al mar, fue su hogar durante las primeras semanas, los dos primeros meses. Como lo fue para los 435 refugiados que han estado residiendo temporalmente en alguno de los hoteles de Ilunion en Sevilla, Madrid, Valencia o San Sebastián desde que comenzó la invasión. Desde el estallido de la guerra, que Putin inició el 24 de febrero pasado, el Grupo Social ONCE se ha sumado a la ola de solidaridad que ha desencadenado la mayor tragedia humanitaria desde la II Guerra Mundial y ha puesto a disposición del Gobierno y las ONG’s sus recursos, su conocimiento, su experiencia y su voluntad para dar respuesta a las necesidades de las personas con discapacidad que pudieran llegar desde Ucrania a España.
Dado el perfil de la familia Zaiachkiuskyi, la Comisión Española de Ayuda al Refugiado contactó con la ONCE para informarles de la situación y enseguida, el director en Málaga, José Miguel Luque, puso a toda la Organización a su disposición para cubrir sus necesidades más básicas empezando por el alojamiento para los cuatro miembros de la familia en el Ilunion Málaga. “El reencuentro con la abuela, después de años sin verse, fue muy emotivo, verdaderamente emocionante”, recuerda todavía Luque, que vio la escena en directo.
El futuro se llama Málaga
Mientras los padres permanecieron en Málaga, poco menos de dos meses, siempre expresaron su voluntad de regresar. Entendían que su vida estaba allí. Dispusieron de bastones, de mandos de semáforos, de clases en braille, pero su empeño por volver cuanto antes, contra la voluntad de la abuela, fue tan férreo como la firmeza que ha demostrado el presidente Zelenski en su pulso contra Putin. Y regresaron. Abandonaron Málaga, a su hijo de 20 años, y a su madre, con una pequeña de 12 años, en un vuelo a Varsovia, aún a pesar de la incertidumbre que les generaba una guerra inacabada. “El enfoque de los padres siempre ha sido el de una estancia muy temporal. De hecho, cuando han podido se han ido de vuelta. Pero Roman siempre quiso quedarse y tener un futuro aquí en España”, explica el jefe de Servicios Sociales de la ONCE en Málaga, Marcelo Rosado, un departamento que ha sido clave para la adaptación del chaval a su nueva situación.
Aunque para firmeza, la de Roman, que decide quedarse con el único cariño de María, su abuela, y el apoyo de una ONCE que no conoce de nada, en un país con un idioma que no habla, en una ciudad que ignora, sin apenas visión, y, lo peor para él, sin su guitarra.
El resultado del certificado oftalmológico que tramitó la ONCE cumpliría con los criterios de afiliación si fuera español; aniridia, catarata congénita y nistagmus. En resumen, un 2% de visión en un ojo y 8% en otro. Con esa valoración, y el permiso de residencia en España, la ONCE gestionó con la Junta de Andalucía el certificado de discapacidad, condición indispensable para acceder a un puesto de trabajo, pero tropezó con el atasco que sufre la Consejería de Igualdad, Políticas Sociales y Conciliación para solventar este tipo de expedientes. Un atasco que ha frenado la tramitación más de lo deseado, pese a los intentos de la ONCE por acelerar todo el proceso.
Resuelto ese paso, Roman tendrá la puerta abierta para acceder a los cursos de formación a la venta una vez que supere la que es ahora su principal barrera, el idioma. Para conseguirlo, el joven asiste a clases presenciales de español en la Asociación Altamar y otras virtuales a través de la Fundación Aicad, el resto del tiempo lo dedica a practicar español con su abuela, en los huecos que el trabajo le deja libres, y a perfeccionar con tutoriales en YouTube.
En la Ucrania devastada Roman dejó su ciudad, sus amigos y sus clases. Pero su mayor dolor fue venirse sin su guitarra. No cabía. Otro daño colateral de la guerra que la abuela pudo solventar con el dinero ahorrado durante meses para poder comprarle a su nieto una guitarra en condiciones que le permitiera seguir con sus ilusiones.
Español y guitarra flamenca
El español y la guitarra ocupan ahora todo su tiempo. Entre dos y tres horas al día dedica el joven ucraniano a estudiar el instrumento. Cuando los Servicios Sociales de la ONCE detectaron su virtuosismo, le condujeron de inmediato al taller de guitarra que dirige el maestro Sergio Molido, premio de la Bienal Flamenca de la ONCE. Una jugada maestra porque, de una sola vez, le permitía seguir en contacto con la guitarra, estrenarse con la guitarra flamenca, socializarse y, de paso, practicar el idioma.
De hecho, la falta de vocabulario y de giros gramaticales no ha resultado obstáculo alguno para la enseñanza. “Al principio jugábamos con el móvil, me grababa lo que yo le decía, se lo ponía en la oreja y le traducía. Y así dábamos las clases, móvil para arriba, para abajo, pero vamos, que las clases salían para adelante, perfectamente”, cuenta Sergio en una interrupción de la clase que le da semanalmente en la sede de la ONCE de Málaga.
Roman ha comenzado estos días de verano a trabajar por soleás y por bulerías, un mundo totalmente nuevo para el alumno. “Es un lujo estar con él porque lo coge todo al vuelo -dice el profesor-. Es muy inteligente y tiene muchas cualidades para la guitarra”, admite. Para Sergio, estas clases son particularmente especiales por la singularidad de su alumno. “Estamos todos muy sensibilizados con lo que está pasando allí. Hay que ayudarlo en lo que uno pueda, por lo menos, si la música es algo que podamos compartir y si se puede olvidar cuatro ratitos de Ucrania, pues nada…”, explica con un punto de emoción en los ojos. “Me eriza la piel porque es un guitarrista con unas facultades excepcionales”, reconoce.
En Lutsk, Roman comenzó a estudiar guitarra con 11 años. Después de hacer el Bachillerato especializado en guitarra, en el último curso había accedido a un ciclo superior en el Conservatorio e incluso había comenzado a dar clases a niños. Tenía ya 14 alumnos. Su intención era continuar los estudios superiores para abrirse camino en el mundo clásico, tan común en los países de la Europa del Este. Por eso ahora todo su empeño pasa por preparar las pruebas de acceso al Conservatorio Superior de Málaga, con el apoyo también de voluntarios de la ONCE, aunque tendrá que esperar hasta mayo de 2023, porque a las pruebas de septiembre no llega debido a su nivel de español, aún insuficiente. “Tenemos todo un año por delante para que las prepare”, dice Bueno confiada. Mientras tanto, ha recuperado sus clases también como profesor a través de su propio Canal de YouTube.
En otoño Roman accederá también al universo de la rehabilitación de la ONCE y conocerá las ayudas ópticas que podrá disponer para aprovechar al máximo su resto visual, ganar en movilidad y mejorar así su autonomía. “Desde el minuto cero ha sido una persona muy colaboradora, participativa y activa, siempre pensando en qué puede dar o aportar”, resume Bueno. A su juicio, lo más gratificante de esta tarea ha sido la respuesta que ha dado el propio Roman. “Desde el minuto ha sido un colaborador excepcional. Tiene claro lo que pretende con su vida, independientemente de su discapacidad visual o su origen, tiene claros sus objetivos que son la música y desarrollarse como guitarrista. Eso es lo que quiere”.
Enganchados a la guerra
Para Natalia, la clave de Roman es su abuela. “María es la impulsora de todo esto. Si el chaval tiene esa cabeza tan bien puesta, conociendo a la abuela, lo entiendes un poco, el respaldo y el impulso que tiene a través de esta señora”. María Zaychkivska llegó a Málaga en 2002 en busca de una vida mejor procedente de la provincia de Ivano-Frankivsk, centro administrativo de la región de Óblast. Después de 27 años como enfermera de escuela y dos años sin trabajo, con un hijo ciego y su nuera también decidió venirse a Andalucía “para buscar suerte y ayudar a mi familia”. 20 años después, María se dedica a cuidar a personas mayores y se declara perfectamente integrada en la forma de vida de la capital de la Costa del Sol.
“La guerra la llevo muy mal”, reconoce. A María enseguida se le quiebra la voz, se detiene, se echa las manos a los ojos para frotárselos y tarda unos segundos largos en recuperar el hilo de su respuesta. “Cada mañana llamando a mi gente -dice entre lágrimas-, para saber cómo han pasado la noche. Y se me dicen; Bueno, la hemos pasado tranquilos, no ha habido bombardeos ni sirenas, ya me quedo tranquila. Así vivimos desde febrero”.
María sigue enganchada al minuto a todas las noticias que llegan de la guerra. “Por la noche no me puedo acostar sin leer las noticias. Eso no se puede ignorar. Porque es muy difícil”, vuelve a sobrecogerse. “Tenemos un poquito suerte que ya donde vivimos nosotros no hay bombardeos, pero hay sirenas a cualquier hora, y la gente tiene que estar preparada para esconderse y eso afecta al cerebro”. El otro de sus dos hijos vive en el mismo pueblo que ella, con su mujer y sus dos hijos. Que su hijo mayor haya vuelto, después de haber podido quedarse en Málaga, siendo ciego, lo lleva regular. “Estoy un poco disgustada -reconoce sin reservas-. Mientras permanecieron en el hotel estuvieron más tranquilos, pero les resultó demasiado difícil adaptarse aquí y prefirieron volver. Les conseguí billetes a Varsovia y se marcharon. Ahora no sé si se están arrepintiendo”, dice sin ocultar su tristeza.
María se emociona también cuando recuerda lo que la ONCE ha hecho y está haciendo por su nieta. “Estoy muy agradecida, de verdad, si no fuera por la ONCE las cosas no estarían como están”.
Roman escucha con atención todas las respuestas de su abuela, con la misma concentración que sigue las clases de su maestro de guitarra, la mayor parte del tiempo con los ojos casi cerrados, con el móvil siempre a mano. “Echo de menos mi vida como estudiante, tenía ya un trabajo a cambio de estudio, mis amigos, mis padres, la vida como estudiante me iba bien, pero por culpa de guerra, todo cambió”, cuenta sin permitirse una sonrisa. Como su abuela, Roman sigue la guerra de Putin contra Ucrania con máximo interés. “Sí, porque es muy importante para mi país. La guerra me afecta y sigo las noticias -explica-. Cuando tengo algo de dinero lo mando para el ejército como hace todo el mundo. Yo quería quedarme en mi país, pero ahora tengo la oportunidad de seguir aquí y conseguir un trabajo porque no sabemos qué va a quedar de Ucrania tras la guerra. Aquí hay muchas posibilidades para mí”. Con la ayuda de la abuela, Roman quiere dejar claro en español que está “muy agradecido por todo lo que la ONCE está haciendo por mí”. “Cuando tenga trabajo mi español mejorará”, vaticina.
Antes de que la guerra estallara, Roman no había viajado fuera de su país. “Para mí todo es muy raro y muy interesante. Es otra historia. Aquí hay gentes muy amables, es chulo”, resume en pocas palabras. “Nuevo idioma abrirá nuevas puertas”, añade. “En Ucrania no hay ONCE, hay organizaciones parecidas, pero para los ciegos no hay trabajo”, afirma expectante por el futuro que se le avecina. “Aquí me están ayudando a conseguir un trabajo cuando mi nivel de idioma esté bien y me parece que para vender loterías tengo que tener un buen nivel”, explica. Si el pronóstico se cumple, Roman podría formar parte de la red de ventas de la ONCE este mismo otoño, según prevén los responsables de Juego en Málaga. “Me hace mucha ilusión ser vendedor de la ONCE”, concluye sacando por fin una sonrisa.
“Es algo para emocionarse”
De ser así, Roman pasará a ser compañero de ventas de Sergio Molido en las calles de Málaga. “La guitarra es un instrumento muy sacrificado y la venta requiere su tiempo -explica el responsable del taller de guitarra-. El consejo que le doy es que cuando esté haciendo la venta esté con los 100 sentidos y cuando esté tocando la guitarra esté con todos los sentidos también. Muchas veces dan más fruto dos horas de estudio con todos los sentidos en la guitarra que tocar ocho y no hacerlo así. Yo cada vez que toco intento aprovechar lo que puedo y estar con los cinco sentidos en la guitarra”.
Después de 34 años como trabajadora social de la ONCE en Málaga, Natalia tiene mucha experiencia acumulada en el apoyo a refugiados en colaboración con Cruz Roja. Pero Roman Zaiachkiuskyi no es un candidato afiliado más. “Lo he vivido contagiada por el ambiente que hemos vivido todo con respecto a la guerra. En el caso de Roman a mí me ha dado un empujón de vitalidad importante porque representa no solo la inmigración de una persona de otra cultura, sino que es un joven con muchas ganas, que desde el minuto uno entendió cuál era nuestra aportación, qué necesitaba y qué podía aportar él. Esa clarividencia que ha tenido me ha facilitado la labor y me ha ayudado a poner toda la carne en el asador respecto a todo lo que se le debía ofrecer y más allá”.
Con la ayuda de la abuela, Roman quiere dejar claro en español que está “muy agradecido por todo lo que la ONCE está haciendo por mí”. “Cuando tenga trabajo mi español mejorará”, vuelve a sonreír, esta vez, con la guitarra al hombro. Mientras ese día llega, las bombas de la barbarie siguen tronando sin razón en Ucrania, donde la guerra ha provocado ya más de 5.000 civiles muertos, más de 260 de ellos, niños.
| LUIS GRESA
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