Centinelas de los centinelas
        Pepi Casasola en la Macarena de Sevilla y Cristina Tor en el Calvario de Torremolinos dan sentido a sus vidas a la sombra de los vendedores de la ONCE
Pepi Casasola forma parte del paisaje de la Macarena, es la sombra de Alberto Ferrer, vendedor de la ONCE, a su vera junto al Arco más visitado de Sevilla. Sus clientes le conocen, le saludan, le quieren. Su vida no ha sido fácil y con 70 años ya, la soledad se adueña de sus silencios. En Torremolinos, Cristina Tor, en silla de ruedas desde la pandemia, llena su tiempo cubriendo las pequeñas necesidades diarias de cuatro vendedores de la ONCE del barrio del Calvario. Son las otras centinelas de la ilusión. Las centinelas de los centinelas.
Josefa Casasola nació en la misma casa que la Pantoja, en pleno corazón de Triana. “Ella vivía arriba y yo abajo -cuenta con desparpajo-. Mi hermana le decía tata porque le cuidada, porque la madre no podía. Y yo fui a la boda de la Pantoja con Paquirri -no fui al convite, a la boda si- porque me invitaron. Y fui a ver el piso de los Remedios que cogieron ellos, un piso divino”. Lo explica esbozando una sonrisa, con un punto de orgullo en los ojos. Se llevaba con la tonadillera un año y un mes. “Éramos amigas de pequeñas. Ya no, cada uno a lo suyo”. La relación de la cantante de ‘Marinero de luces’ con el ex alcalde de Marbella nunca le gustó. “Yo se lo decía a ella y ya perdimos la amistad”.
La vida de Pepi no se ha parecido en nada a la de Isabel Pantoja más allá de haber compartido un edificio, la misma calle o el mismo vecindario en los primeros años de la infancia. Un barrio, por cierto, que impregna personalidad y carácter; Triana, al otro lado de Sevilla, al otro lado del río. 
 La suya ha sido más bien una trayectoria cargada de obstáculos y vacíos que han ido construyendo un carácter fuerte ante la adversidad, con un cierto poso de amargura, conformismo y resignación, pero con un toque también de arte y simpatía que sale de dentro y que le han ayudado a afrontar los avatares de esa vida. Preguntarle por esa vida es hablar de una operación tras otra en la pierna desde los cuatro años. Cinco en concreto que marcarían todo su después hasta hoy. Suma oficialmente un 65 por ciento de discapacidad aunque nunca se ha planteado pedir trabajo en la ONCE porque apenas sabe leer ni escribir.
No ha tenido amigas de pequeña. “No podía correr, no podía jugar, no podía hacer ná”, resume gráficamente. Tampoco fue al colegio. Trabajó como costurera de bolsos durante unos pocos de años y como limpiadora en casas otros tantos hasta que lo dejó para dedicarse al cuidado de su madre primero y luego de su padre. Trabajando estuvo a los 65 años. Pepi es la pequeña de siete hermanos de los que solo le quedan dos. “Eso no ha sido ni bueno ni malo, tengo mi conciencia, yo les he cuidado porque mis hermanas no han venido a echar una mano. Eso lo tengo con mucho orgullo, han muerto en mi poder los dos”, sentencia. “Orgullosa, orgullosa”, concluye.
        
        
Pepi pasa horas y horas junto a Alberto Ferrer, vendedor de la ONCE en el arco de La Macarena
  
Su padre murió en el 89 y su madre en el 97. Fueron los momentos más duros de su vida, reconoce. Pero, a sus 70 años cumplidos Pepi asegura sin titubear que ha sido feliz. “Lo que pasa es que cuando se murió mi madre me vine un poquito abajo -matiza-, y luego vino el COVID que fue cuando conocí a Alberto y cogimos amistad y hasta ahora”. Alberto es Alberto Ferrer, vendedor de la ONCE en el Arco de la Macarena, un punto de venta frecuentado por devotos, turistas y gentes del barrio.
Es hermana de la Esperanza de Triana porque nació y vivió allí sus primeros cuatro años. Después, el itinerario de su callejero pasa de las Candelarias a la Puerta de la Carne; de ahí a la calle Feria, arteria principal del barrio de la Macarena; y de ahí a la plaza del Pumarejo donde vive en la actualidad, en el centro neurálgico del barrio, a escasos 900 metros del arco de la Macarena, que blinda la entrada a la basílica. En total lleva más de 40 años como vecina de la Macarena y el corazón se le parte entre las dos Esperanzas, la de Triana y la Señora de Sevilla. A las dos les reza cada noche.
Como ocurre en tantas ciudades con tantos vendedores de la ONCE la relación de Pepi con Alberto comenzó comprando un cupón. “Yo salía a unos mandaos y le compraba uno porque yo no podía tanto, que tengo una paga muy chica -se justica- y fuimos haciendo amistad y hasta ahora”.
Pepi permanece sentada en una banquetita pegada al expositor junto de Alberto horas y horas, prácticamente durante toda su jornada laboral. Es su sombra. Llueva o marque el termómetro de al lado más de 40 grados. Le trae un café, se queda cuidando el puesto si él tiene que ir al baño, o se acerca a la sede de la Delegación Territorial, a escasos metros, si tiene que hacer alguna gestión sencilla.
Un corazón más grande que la Macarena
En el patio de Resolana le conocen bien porque se ha ganado su cariño. Antonio Jiménez es conserje de la Delegación Territorial desde 2018. “Pepi es un corazón más grande que la Macarena”, sostiene Antonio, que es toda una institución también dentro de la ONCE. “Alberto tiene problemas de visión y es un apoyo muy grande para un compañero de la ONCE, que tenga siempre una confianza de persona para aportarle la ayuda necesaria que él necesita. Son los ángeles de los trabajadores de la ONCE. Un ángel sin alas”, afirma.
“Pepi me da muchas cosas, entre otras, toda la ayuda que me ofrece aquí”, habla ahora Alberto interrumpido en varias ocasiones entre venta y venta. “Su gran amistad, que es una persona excepcional, me vigila las cosas, el café de las mañanas, son un privilegiado”, reconoce. “Estando ella aquí estoy más tranquilo que la mar eso me permite estar al 100 por 100 en mi trabajo”.
        
        
Antonio Jiménez, conserje de la Delegación Territorial considera que Pepi es "un ángel para Alberto"
“Alberto me da mucho cariño -habla ahora Pepi-. Y yo se lo doy a él también, como si fuera mi hijo, lo quiero más que a un familiar, y él espero que me quiera mucho a mí”, dice. Todos los días le sigue comprando un cupón. Se conoce a toda su clientela. “A donde yo vaya todo el mundo me quiere, me dan abrazos y besos, eso dice mucho de mi ¿no? Y la gente me echa de menos aquí cuando no estoy”, cuenta después de tomarse un café con tostada en el Plata, un clásico en el entorno de la Macarena desde cuyo cristal se puede ver cómo Alberto sigue vendiendo sin parar.
Ferrer reconoce que ve mucha soledad en la calle. “Me viene mucha gente que se paran aquí a hablar y se les nota que están solos. Ellos mismos me cuentan que no tienen a nadie, o que viven aquí en la Macarena y se quedan un ratito hablando y la verdad es que hay que escucharlos porque hay mucha soledad por ahí y no cuesta nada hablar con ellos un poco”.
“A mí la vida me ha dado un cambio del cien por cien”, afirma con rotundidad Pepi. “Me sentía muy sola, muy sola, muy sola en el piso”, reconoce. Lo peor de la soledad -dice- son las noches. “Cierras la puerta y te quedas sola, me pongo a pensar y me vuelvo loca. Ya no. Ya he cogido mi ritmo, lo único que estoy sola es el ratito de la noche el resto del día estoy con él”.
        
        
Pepi no concibe ya su vida sin estar al lado de su vendedor de la ONCE
Para Pepi, Alberto es más que un centinela de la ilusión. “Como vende, como se porta él con la gente, es maravilloso, como Alberto no vais a encontrar otro”, comenta. “Ahora se coge vacaciones y está la gente protestando”, se ríe.
Y para Alberto, esa empatía que se genera entre el vendedor y el cliente se produce en una doble dirección. “No solo nos dedicamos a vender sin más, hacemos compañía, tratamos a la gente como personas, escucharla es una cosa muy importante, no solo se trata de vender y ya está” añade.
 Ella siente que está haciendo algo bien. “A la vida le pido salud, que no me ponga nunca mala, porque tengo muchos sobrinos, 37, y me voy a ver muy sola porque estoy sola ahora si no fuera por Alberto estoy muy sola”, concluye.
Cristina Tor, Torremolinos
A 222 kilómetros de allí, en el barrio del Calvario de Torremolinos, en la Costa del Sol, otra centinela de centinelas, Cristina Tor, ha tramado una amistad muy sólida con cuatro vendedores de la ONCE que dan cobertura a esa zona popular de la capital de la diversidad en Andalucía. Nació con espina bífida y tiene una pierna amputada desde la pandemia y desde entonces va en silla de ruedas.
        
        
 Cristina y su perrito Tor, vigilante incansable 
Va de un vendedor a otro para atender sus necesidades. Se acerca a la sede si necesitan entregar o recoger algún papel, cuida de sus puestos si tienen que ir al baño, lo que necesiten. Valeria, Maribel, Piedad y Juan Antonio ven cada día como Cristina, montada en su silla, no falta a su cita diaria con vendedores y clientes.
Privada de trabajar por su condición, la vocación de la madrileña afincada desde el 97 en Torremolinos siempre fue la de ayudar. Una que, como su buen corazón, queda demostrado en la de vecinos que, en su corto paseo hasta el puesto de su amiga Valeria, la interceptan para preocuparse por ella. “No hay otra como ella, la manera de ser que tiene... Estamo” pide entre risas Lola, una cliente que se pasa por el puesto antes de entrar a su trabajo como limpiadora, haciendo sonrojar a Cristina. “La gente del barrio son mis amigos, al final de verlos todos los días... para mí el barrio es casa” confiesa ella, ya en su “puesto de trabajo”, junto al expositor de la ONCE.
        
        
 Cristina y Valeria son la dupla más querida del barrio de El Calvario
La vida le asestó un duro golpe durante la pandemia, cuando lo que parecía un inocente caída en uno de sus paseos con Tor, su perro, terminó en un diagnóstico tajante: tenían que amputarle la pierna. Desde entonces, tuvo que reponerse del shock inicial que fue perder la movilidad. “La discapacidad la notas en todo, pero especialmente cuando sales a la calle porque te encuentras trabas por todas partes. Hay un montón de cosas que he tenido que dejar de hacer, de amistades, de salir por ahí, de viajar... La silla de ruedas lógicamente te limita un montón” dice, aunque no baja los brazos, también reconoce que desde entonces ha aprendido a desenvolverse con ella.
Sin embargo, fue justo entonces cuando conoció a Valeria, vendedora de la ONCE y la persona junto a la que nos atiende. Victoria Valeria Fenoy, nacida en Argentina pero con padres y nacionalidad española, llegó a España en busca de oportunidades que ignoraran su discapacidad: un 70% por su visión. Cuando aterrizó en Torremolinos, sin embargo, encontró algo mucho más valioso: a una compañera de vida.
“Valeria es una hermana. Es parte de mi familia. Ella y su familia son como mi familia. También nos llevamos super bien. – cuenta ilusionada Cristina - Nos queremos un montón y lo que podamos hacer la una por la otra ahí estamos”. Junto con su amigo Santi – quien las presentó – forman una divertida tríada que, junto con el pequeño Tor, bien podrían ser los cuatro mosqueteros del Calvario.
        
        
 Cristina, Valeria y Santi son inseparables
Entre medias, todo un abanico de muestras de afecto en forma de cafés, refrescos o chuches para el pequeño Tor. En la ruta de sus vecinos siempre hay tiempo para una parada obligatoria. “Esto es como una peña, es la charla de todos, no es solamente el cupón. La verdad es que se ponen a charlar, se hacen unas charlas habituales de gente que está muy sola, entonces es como un refugio, el hecho del cupón es simplemente una excusa” dice Valeria mientras atiende a los clientes que, desde primera hora de la mañana, vienen a comprar su cupón entre otras muchas cosas.
Cada día, Cristina ayuda a Valeria, pero también a Maribel, Piedad y Juan Antonio, los otros vendedores de su zona. Es, sin lugar a duda, la centinela de nuestros centinelas de la ilusión. Y con su ejemplo, desinteresado, manda un mensaje. Uno de amistad, de entrega, pero sobre todo, de humanidad. 
 “Siempre hay alguien , no todos, pero siempre hay alguien porque hacer alguna cosa por pura voluntad, por un voluntariado porque a ella también le hace bien de distraerse en algo, eso se agradece y muchísimo. De verdad”.
Para Pepi y Cristina la vida transcurre lenta, pausada en medio de esperanzas que se cruzan con la ilusión de conseguir un premio. Miradas que apaciguan el alma, sonrisas que abrazan silencios, gestos que infunden calma, palabras que dan alegría, la alegría de vivir. Son centinelas de los centinelas de la ilusión.
| LUIS GRESA | CRISTÓBAL ANGULO