FIRMA INVITADA: Mercedes de Pablos, presidenta del Observatorio de Igualdad de RTVE

Todas iguales. Todas diferentes
Este ocho de marzo la Igualdad cumple cincuenta primaveras. La primavera de salir a la calle y reclamar el lugar en el mundo de la mitad de la humanidad. Hace cincuenta años, en 1975, la ONU hizo de este día la cita internacional de las Mujeres. No se trataba de una fecha al azar sino en homenaje a dos sucesos, tan épicos como trágicos, que protagonizaron mujeres trabajadoras -dentro y fuera de casa- un 8 de marzo. En 1857, 129 obreras textiles de la fábrica Cotton de Nueva York murieron quemadas, víctimas de un incendio que se declaró mientras mantenían un encierro para denunciar las pésimas condiciones de sus trabajos. Otro 8 de marzo de 1917, meses antes de “Los diez días que estremecieron al mundo” -la revolución del octubre rojo- amas de casa rusas salieron a la calle reclamando alimentos para sus familias pan para unos hijos que eran hijos de una guerra. Mujeres por la dignidad, mujeres por el derecho fundamental que es el derecho a la vida digna. Han sido cincuenta marzos, cincuenta años de reivindicación y también de orgullo. De reclamación y de alegría en la seguridad de estar construyendo un mundo mejor.
El feminismo- es decir reclamar la igualdad como principio democrático, valor ético y hasta requisito para generar riqueza- es el movimiento emancipador más estimulante y más diverso que hemos vivido en nuestros siglos de civilización. La mitad de la humanidad que la había sostenido desde el silencio y la invisibilidad, se quitó la toca, los sombreros o el delantal y puso sus manos en alto, unas manos de paz porque la guerra de las mujeres siempre ha sido de vida y no de muerte. Las batallas de las mujeres son batallas de amor, “Tristes guerras si no es amor la empresa”, escribió Miguel Hernández. El dolor lo han puesto ellas desde un maltrato sistémico, es decir desde la relegación a un papel secundario, en el mejor de los casos, cuando no reducidas a seres inferiores propiedad de otros. “La maté porque era mía”. Las mujeres han sido y son víctimas pero no quieren, no queremos, vivir victimizadas. El feminismo no quiere revanchas. El feminismo no es punitivo. La igualdad es la esperanza de una humanidad donde no sobre nadie y donde cada vida sea única e indispensable. En la igualdad caben los valores, los de hombres y mujeres que nunca desprecien al otro ni se sientan mejores.
Este ocho de marzo, cincuenta años después del primero, mujeres niñas, mujeres jóvenes, mujeres adultas y mujeres mayores nos damos la mano sin cerrar el círculo, dejando hueco siempre para cualquiera que crea que el sexo y el género son un rasgo más de las personas que hacemos y somos la Humanidad. Estaremos todas: Mujeres que sostuvieron familias cuando los hombres emigraban, se exiliaban, estaban en la cárcel o hacían malabarismos con esa precariedad que se llamó pluriempleo, mujeres que no tuvieron derecho a una cuenta corriente ni su trabajo- de 24 horas, 365 días al año- tuvo jamás reconocimiento ni pensión, mujeres a las que se insultaba y vejaba por saltarse los cánones, mujeres bajo sospecha , mujeres con la estrella amarilla del desprecio social. Y estarán las mujeres que se pusieron el mundo por montera, que han logrado entrar en la ciencia, las artes, la política, la economía, el sindicalismo, el deporte. Mujeres pioneras que quieren que ya no haya pioneras, que los Reyes Magos pueden traerte una muñeca o un camión, te llames Manoli o Manolito. Niñas que ven a papá cambiar pañales y a mamá conducir un autobús. Niñas que saben el valor de una fórmula de física cuántica y el secreto de un buen potaje. Todo para todas, todas para todo. Sin exclusiones, sin venganzas, con la fuerza de la razón que nunca puede olvidar a las razones del corazón.
Cincuenta años después hemos cambiado el mundo, estamos cambiando el mundo. Rompiendo supremacías y superioridades. Demostrando- y desde estas páginas hay ejemplos cada año, cada día- que la singularidad es un tesoro, que no hay una norma ni para el amor ni para la vida. Que la normativa que nos haga infelices o desgraciados o nos haga sentirnos hijos de un dios menor no es más que una cadena. Una condena. Y que hay tanta diversidad como mundos- nosotros- habitamos el mundo. Cincuenta años de romper barreras. Cincuenta años que abren puertas- a veces nos dan miedo, nos producen perplejidad o extrañeza- porque, como dijo el filósofo Eric Fromm, Ser amado y amar requieren coraje. Perdamos los miedos, defendamos la valentía de inventar juntos un mundo donde todos seamos iguales, todos diferentes. Sin miedo a la libertad que no es, que no existe, sin igualdad real.
Mercedes de Pablos
Presidenta del Observatorio de Igualdad de RTVE