Hablamos de pensiones

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Compartimos un día con Esperanza Puig una pensionista afiliada que nos describe su experiencia vital

Esperanza Puig Domínguez (Sevilla 1951), cuenta cómo es el día a día de una pensionista que ha trabajado cerca de 20 años vendiendo cupones de la ONCE y cómo le ha afectado a su cotidianidad la jubilación. Además, Teresa García ofrece su punto de vista sobre el debate que los políticos mantienen en el Pacto de Toledo.

Desde 1997, las pensiones quedaron ligadas por ley al IPC, pero esta dinámica se rompió en 2010 cuando el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero anunció que al año siguiente se congelarían. Posteriormente, el expresidente Mariano Rajoy incrementó en 2012 las mensualidades de los pensionistas un 2% a quienes cobraban menos de 1.000 euros y un 1% a quienes recibían una cantidad mayor. Aquel año, el IPC aumentó un 2,9%. En 2013, las Cortes Generales aprobaron un aumento de la remuneración de un 0,25%, independientemente de las condiciones económicas del país, y esa cantidad ascendería a un 0,5%, en caso de bonanza financiera.

En estos momentos, los partidos con mayor representación en el Congreso de los Diputados han acordado la revalorización de las pensiones en consonancia con el IPC, pero sujeta a unas determinadas condiciones económicas y financieras que no quedan, a juicio de expertos, demasiado claras.

Esperanza Puig, en la sede del CRE de Sevilla

Esperanza Puig trabajó 11 años como funcionaria de Notaría en la calle Rioja, en pleno centro de Sevilla. Se presentó a las oposiciones y, en ese tiempo, alcanzó el nivel de jefa de cartera. “Era un trabajo muy bien remunerado”, indicó, y “de mucho riesgo porque era Corte Judicial y no te podías equivocar prácticamente”, agregó.

Con el paso de los años, Esperanza se percató de su pérdida de visión, pero, según explicó, “lo ocultaba”. Narró que tenía que ponerse tomos debajo de las traducciones para poder distinguir las letras. “Ahí me di cuenta de que algo fallaba”, puntualizó. “No rendía lo que tenía que rendir”, lamentó, “pero estaban contentos conmigo”, añadió.

A pesar de sus problemas mantuvo su puesto de trabajo, hasta que terminó dejándolo, apoyada en una buena situación económica y social por el trabajo de su marido. “Pero me quise divorciar y me quedé a cero”, recordó. En ese momento comenzó su trayectoria como vendedora del cupón de la ONCE. Corría el año 1994. “¡Ahí fue lo mío! ¡Lo más!”, exclamó. “La ONCE me dio una oportunidad para trabajar” y, a su juicio, gracias a la Organización, sus “hijos pudieron estudiar”, aunque no todos llegaron a la universidad. Tiene cuatro vástagos que le han hecho abuela de dos nietas, una de 11 y otra de 5 años, a las que cuida los fines de semana. “Desde que nació la mayor la he criado yo y a la pequeña, igual”, se enorgulleció.

Su experiencia como agente vendedor a de la ONCE fue positiva. “Me tomaba muy a pecho la venta del cupón”, sostuvo. Esperanza dedicaba las “24 horas del día” a su oficio porque “llegaba a casa y le daba al coco”. Se jubiló hace seis años cuando cumplió los 60. Como pudo sumar los salarios de funcionaria y de vendedora de la ONCE le quedó, a su juicio, una pensión alta”. Su situación actual le permite levantarse “a la hora que quiera”, prepararse el café en su casa con una “máquina de bar”, puesto que le resultaba estresante desayunar siempre fuera mientras vendía cupones, y ponerse a “hacer las tareas” del hogar.

Teresa García en la sede de la Delegación Territorial de la ONCE

Pese a su discapacidad visual grave, Esperanza vive activa. Durante su jubilación ha viajado con las excursiones y convivencias que ha organizado la ONCE, ha participado en talleres de mimbre, cuero y macramé”, además de acudir a otro tipo de actividades. Es una mujer activa que se apunta al gimnasio, compra sola y goza de autonomía. Aun así, no se siente segura como para inscribirse en los cursos de los centros cívicos públicos de barrio. “vamos a la Delegación Territorial, ahí en la Macarena, y nosotros nos sentimos muy arropados para cualquier problema que tengamos”, señaló.

Asimismo, Esperanza reconoció no haber notado un descenso en su poder adquisitivo durante su jubilación, pese a las condiciones que le han tocado vivir al respecto. Cuando todavía trabajaba adquirió un apartamento en El Puerto de Santa María y eso la obligó a “estar más ajustada”. Ahora, por el contrario, ya le queda una hipoteca algo menor y puede disfrutar un poco más del dinero. “No soy gastosa. No fumo. No bebo, pero sí soy caprichosa”, confesó.

Por su parte, Teresa García considera que “hay mucha gente que está muy agradecida a la ONCE por la pensión que le ha quedado”. “El otro día estuve hablando con un señor que había sido albañil y que, a última hora de su vida laboral, le habían puesto a vender cupones porque les afiliaron a la ONCE y hoy tiene la pensión máxima”, celebró.

Las historias de los pensionistas que han desarrollado su vida laboral en la ONCE, debido a la orientación social de la Organización, difieren del resto de los jubilados. Sus mensualidades se ajustan a los niveles más altos que garantiza el Estado.

 

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